Hojarasca es una de esas palabras que al pronunciarlas reproducen fielmente el sonido de aquello que representan.
Para referirse a este fenómeno los gramáticos han inventado un término que, sin embargo, por mucho que lo repitamos nunca nos dará una idea siquiera aproximada de su significado.
No ocurre lo mismo cuando dices, por ejemplo, trombón,bisturí o amanecer.
Si desconoces el sonido que produce el sol al despuntar por el horizonte no te preocupes: basta que escuches el lento vocablo del amanecer saliendo de los labios adecuados. Igual que es suficiente decir hojarasca para que se te llene la boca y una boca llena de hojarasca ya es el principio de un poema.
O el resultado de un crimen. Porque cuidado, si tienes la boca rebosante de hojas muertas ya no hay modo de pronunciar hojarasca ni de escribir un solo verso y solo después de vaciarte de ellas podrás invocarla de nuevo, suponiendo, claro está, que no seas el cadáver que yace boca abajo en ese claro del bosque, esperando una explicación como todos los cadáveres que tratan de respirar por las hojas por si aún pudieran vivir a la manera de los árboles.
El bisturí del forense hará su trabajo poniendo el acento en la última sílaba que dictó el cuerpo, aunque quién sabe si no habría que buscar más bien en el oído del muerto los restos del último amanecer que le fue negado por los labios que menos le convenían.
Y luego está la cuestión de averiguar qué narices pinta un trombón en todo esto, salvo por aquello de ser un instrumento del viento, y seguro que acabaremos buscando a la bella trombonista hasta perdernos.
Es inevitable: cuando se acerca el invierno dentro de la cabeza se acumulan sin orden las palabras unas encima de las otras.
Y uno nunca sabrá si la hojarasca es un manto o una alfombra.