Aprovechar no la luz sino la lucidez tambaleante que uno tiene al levantarse demasiado pronto, innecesariamente, y pasar sobre el mundo la mirada todavía retráctil, deslizarla oblicua como un carboncito sobre el relieve oculto de las cosas, porque solo al amanecer se desvela la geometría de la noche, igual que la mecánica se manifiesta entera en el arranque.