No sé en qué momento los granos se convierten en pepitas.
Ha de ser, cuando no estamos mirando,
en una de esas horas secretas del invierno.
Tal vez la transmutación se produce en ese instante de modorra que nos vence sentados en la solana del silencio,
y que no sabríamos decir si duró un segundo o una tarde.
Yo solo sé de la alquimia que viene después:
la que separa las pepitas y luego las convierte en polvo
y el polvo en magma y el magma en dulces lingotes.
El primer bocado tiene siempre algo de deslumbramiento,
como si de verdad fuera el primero.
Ahí será lo más cerca que estaremos del momento aquel
en que los granos se convirtieron en pepitas.