
En seguida los equipos de Seguridad Nacional se encargaron de establecer un perímetro de seguridad alrededor de la casa familiar y una corte de científicos aislados en sus trajes especiales empezó a hacer estragos en la cocina. “Es que este trabajo da mucha sed”, decían para justificar que no dejaban lata de coca cola con chispa de vida.
“Los análisis demuestran que nos encontramos ante un termómetro terrestre”, declaró a la TV el jefe de investigaciones. “Parece ser que hay una sustancia palpitando ahí abajo que responde a unos estímulos que no hemos identificado. Hemos detectado que dicha sustancia asciende cada vez a mayor velocidad hacia la superficie. América debe prepararse para lo peor”.
¿Será que la tierra tiene fiebre? ¿Será una amenaza? ¿Un volcán de cuello estrechísimo en medio de una urbanización rosada? Los medios de comunicación se encargaban de propagar un mensaje de inseguridad nacional. “Debemos estar todos acojonados”, se justificaba el director de Informativos, “porque si ocurre algo malo mejor estar protegidos que expuestos”.
Algunas voces civiles y científicas propusieron tapar el agujerito. Si es una basura de diez centímetros, decían. A eso se le mete un buen corcho y listo.
Pero uno de esos científicos borrachos que en las películas no tienen más remedio que ir a rescatar del desierto, dijo: “No recomiendo taparlo con corcho. Sin la ventilación adecuada la sustancia podría implosionar y provocar un desastre de consecuencias incalculables”.
¿Y qué sugieres que hagamos, listo?, le dijeron los demás.
“Hagamos lo único que podemos hacer como científicos”, respondió muy tranquilo. “Tomar la temperatura y punto”. Y dicho esto se bebió la última coca cola que quedaba en la heladera.
Adolfocanals@educ.ar
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