Si tuviese que pintar las paredes de mi alma ahora sé que color elegiría.
Patricia, háblame de colores...
Patricia, háblame de colores...
Estaba sentado en la terraza de un bar junto al mar. En la mesa un café humeante y espumoso se enfriaba lentamente. Giré la cabeza, apoyé el mentón en mi mano izquierda y observé como anochecía. Los cambios de tonalidades marcaban los segundos de ese tiempo nocturno. Los verdeamarillos, naranjas, tostados pálidos, grisazulados, se confundían en el horizonte y entre ellos asomaba la radiante Venus que, coqueta, se miraba en el espejo que la resaca marina dejaba en la húmeda arena. Fue entonces cuando mis ojos se posaron en el mar, en ese manto de seda y raso, cuyos colores y corrientes y reflejos disponían mis sentidos alborozados a derramar lágrimas y pensamientos. Las pequeñas olas, iguales y diferentes, acariciaban la orilla temerosas y se recogían rápidamente para regresar con nuevas caricias. La noche cálida y y una suave brisa componían el resto de la escena, apenas un esbozo. Estuve así, contemplando aquella belleza inigualable, durante muchos minutos, y el café ya frío esperaba un sorbo que no llegaba.
Si tuviese que pintar las paredes de mi alma ahora sé que color elegiría.
adolfocanals@educ.ar
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