Un maniquí con las uñas pintadas
en una sola mano,
la izquierda, clava la vista en mí.
Mis manos no lo pueden tocar
sin embargo sus puntiagudos dedos
y sus ojos recorren mi piel:
comienza ahí el deterioro.
¿Por qué un maniquí puede
dominar mis sentidos y mi mente?
Un maniquí no es más que un ave sin cielo ni vuelo
una farsa de la vida, una hipocresía plastificada.
Sin embargo, esos ojos ciegos
me han dejado una marca que se muestra
como un arañazo del destino de lo no real.
adolfocanals@educ.ar
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