Rara vez sus diminutos zapatos tocaban suelo,
pero hasta los pájaros necesitan posarse a descansar.
Sentada en las escaleritas, tocando.
sollozar calle a bajo, danzando con regueros de hojas secas y charcos.
Y a cada nota se balanceaban dulcemente los esqueletos de edificios,
intentando abrazarse.
Y algún gato pardo y curioso la observaba resguardado de las gotitas,
que aún lloraban los tejados.
Menguaba el tono al taparse la luna de plata y verde,
regalando un azul a la sólida oscuridad.
Se perdía en ella.
Dejando divagar deseos al vuelo, y al volver de éstos,
crecía su son suavemente,
los recovecos ciegos de luz se ahogaban,
y el sentir despertaba el cúmulo estelar.
Sonreía entonces con complicidad melancólica.
Y tocaba de nuevo, ahora sin pensar.
adolfocanals@educ.ar
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