Soñé que me pasaba a buscar a mí mismo. Me veía con cuatro años. El yo grande llevaba a pasear al pequeño en subterráneo (algo que me deslumbraba a esa edad). Lo tomaba de la mano. Parecía como si me estuviera esperando. Contemplaba el mundo enorme con sus ojos celestes. Los dos dábamos un paseo sin hablar, con una complicidad extraña. Él veía pasar las estaciones, se colgaba de la ventana, lo disfrutaba. Las manos le olían a galletas de leche. No era tristeza lo que nos iluminaba la cara, más bien cierta nostalgia.
Al anochecer lo dejaba en casa de los padres, mientras un puñado de vecinos curioseaba detrás de las ventanas.Lo recuerdo despidiéndome desde el viejo umbral de mármol, apenas un segundo antes de que alguno de los dos despertara.
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