miércoles, 20 de agosto de 2008

Tormenta...


La tormenta se apoderó de todo. Primero fue la electricidad la que sucumbió a los rayos secos que partían el horizonte. Antes los animales y los humanos supimos que había lluvia por ese olor universal que tantas veces ha recorrido la tierra, esa frase que nos lleva a momentos concretos de nuestra vida. Quién no ha pronunciado ese ‘huele a tierra mojada’ mientras abre las aletas de la nariz y un agujero profundo se abre al mismo tiempo en la memoria y en los pulmones y entonces los párpados se cierran para rápidamente acudir a aquella imagen que guardamos en el cajoncito de ‘tormentas’.

Aquel rayo que iluminaba por unos segundos los espacios, o los muebles de la habitación agrandando todos los miedos y ese nerviosismo que calmaba la sábana justo tapando hasta la nariz, dejando fuera los ojos como únicos guardianes extranjeros de nosotros mismos. Como cuando nos da miedo algo y nos llevamos las manos a la cara, dejando unos huequecitos pequeños por los que se escapa la mirada. Me he preguntado muchas veces ¿por qué lo que nos da miedo también nos gusta un poquito?.

Salí al vendaval, todavía no sé muy bien porqué. Aquello era estremecedor, sentí que las rodillas me flojeaban y el viento hacía que las olas rompieran a mis pies. Me empapé en un momento y por dentro el frío se extendió.

Mientras estas imágenes se sucedían rápidas, extrañamente llegó a mí en una especie de calma dulce. Simplemente me dejé llevar, disfruté, no sin miedo, pues era algo que yo no podía controlar, y lo que eso me cuesta.

Di la espalda al mar y me reflejé en los cristales. Parecía solo.
Entré y noté el calor húmedo de la casa, el viento cesó en mis oídos y mientras me quitaba el abrigo empapado, un escalofrío me arropó.

Fue entonces cuando vi su sombra que atravesó el ventanal del salón despacio. Cuando quise salir ya era demasiado tarde. Se había ido, pero sé que era ella, el fantasma de aquel naufragio. Fue como una fotografía que se ha quedado en otro cajón que no sé aún cual es.

Tras la tormenta me dormí, diciéndome “no, otra vez no”... quizá yo sea también su fantasma.

adolfocanals@educ.ar

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