miércoles, 6 de agosto de 2008

Un cuento para Elisa.


Tenía vagos recuerdos de su estancia en el vientre que le gestó. Realmente su primer recuerdo consciente fue aquella mirada que se fundió con la suya, aquella sonrisa que inundó su pequeño corazón y expandió las comisuras de sus labios hasta dejar salir aquel sonido desconocido, como de cascabeles.

Luego una manos enormes se acercaron a su piel y la acariciaron.
minúsculos nervios reaccionaron instantáneamente ante esa sensación para él desconocida.
Fue tal el cosquilleo que fue recorriendo zalamero su cuerpecito, que comenzó a mover agitado sus extremidades. La sonrisa de ella se repitió.

Sintió como era izado por aquellas manos hasta acercarlo a unas extrañas y cálidas protuberancias donde acomodó su cabecita. Aspiró el olor de ella como un animalito,
para asegurarse de que siempre estaría con él. Jamás olvidaría esa fragancia, formaría parte de su vida.

Ella lo meció en sus brazos. El pequeño escuchaba los latidos de ella, y fue acomodando los suyos hasta conseguir el mismo ritmo, envuelto en aquella energía cuyo nombre ignoraba y cuya tibieza le iba cerrando los párpados. La boca de ella se abrió para susurrarle una hermosa melodía que le hablaba de cosas que todavía carecían de significado: una luna, una gaviota, una madre...
Decidió que ella era esa palabra última: madre. Luego sus pequeños dedos se aferraron a su mano en un gesto ancestral. Ella decidió que estaba atrapada. Y no le importaba, se dijo sonriendo.

Ella le enseñó a volar, y juntos cada día surcaban cielos infinitos. Luego, un día, ocurrió algo.
El viento cesó y su madre no podía iniciar su vuelo. El pequeño supo lo que tenía que hacer,
se metió bajo las alas de ella y sopló. Un soplo en apariencia insignificante, pero dotado de una energía, esa energía que dicen mueve al mundo, esa energía cuyo nombre ahora conocía y que convirtió lo imposible en posible. Y fue el viento bajo sus alas.

adolfocanals@educ.ar

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