Tras una mañana apacible, algo ausente,
ese domingo viró a los limpios cielos del poniente,
y aquel gris
por la tarde miró hacia mar entre los acantilados
se inundó con el azul profundo.
Sintió frío y volvió a tierra.
Las nubes habían regresado y el mar languidecía.
Aquellos, los otros extraños grises,
al llegar el otoño serán una masa ácida
alimento embriagado por sus vapores etílicos.
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