Para narrar una invención conociendo de antemano su desenlace
se precisa de una fe casi religiosa en la propia palabra,
en el propio proceso creativo.
Se necesita dar por cierto que después de ese final ya sabido
habrá siempre una suerte de cielo, una recompensa.
Uno,
desde la inseguridad de sus dudas,
prefiere que las palabras,
a medida que se engarzan,
le vayan revelando la verdadera finalidad de su propósito.
El fugaz paraíso de los instantes.
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