lunes, 1 de diciembre de 2008

Algunos escalones y ninguna flor



¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?
-Baldomero Fernández Moreno-


Algunos escalones y diez pasos me separan de ellos.
Desde la oscuridad observo y los veo adentro, como esperando. Están amontonados en el pasillo, mezclados entre sí, entrelazados y confusos.
Les ha crecido el musgo.

Lo que si veo claramente son sus ansias de mí, porque en medio de la noche veo el brillo de sus ojos. Las formas redondas de sus bocas, sus manos estiradas, las puntas de sus dedos y sus uñas largas.

Buscan alcanzarme, pero no salen del todo. Se quedan en esa penumbra quieta de las paredes de medianoche, se mecen entre la escasa luz de la luna y la poca visión mía de estos días.

Deseo sus rondas.
Les temo.
Las busco y luego escapo.
Es un juego de seducción que me enloquece.

Son como rayitos efímeros de luz los personajes que me habitan. Se sostienen en el aire y hacen de las horas largas un puñado de ilusión y de reclamo.

Como mucho, asoman la nariz.
Tienen la valentía de un alfiler.
Sin embargo arrullan estas locas ganas y me dicen, con esa conocida melodía de arrabal que tienen cuando se vuelven pretenciosos, que los cuente.

Que agonizan.
Que las sombras no son para siempre.
Que las puertas suelen perder las llaves.
Que sus voces se apagan si no les presto la mía.
Que sus vidas penden de hilos que sólo yo puedo ver y contar, porque habitan en mí.

Y yo me quedo de este lado, flaca, doblada sobre mí, con los ojos hundidos esperando que se mueran de una vez por todas y me dejen en paz o que esa vida oscura que tienen se convierta en luz de día y me invada por completo hasta poseerme y caminen con mis pies y respiren de mi aire y tomen la forma de mi risa o el color de mi llanto.


¡Ay de mí, si pudiera con ellos!

Parafraseando un poco a Baldomero Fernández Moreno que tenía setenta balcones, yo tengo cinco escalones y ninguna flor.

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