lunes, 1 de diciembre de 2008

Quizá ...



Se vistió de rojo y se fue.
La perdí de vista cuando se confundía con una multitud de autos indiferentes a su paso y la tarde se volvía del color de su vestido.

Yo entré a su habitación cuando todavía quedaban restos de su perfume flotando en el aire. Y un pañuelito arrugado me dijo que tenía lágrimas de la noche anterior guardadas en su seno. 

Ese refugio abollado sobre la almohada estaba húmedo todavía.
Después miré la mesa, estaba llena de papeles con los escritos borroneados y tachados de los últimos días.

Un lápiz con la punta quebrada, convertida en final roto, me trasmitió su rabia.
La silla vacía, hizo que me diera cuenta lo lejos que ya debería estar.

Ni abrí las ventanas, salí de un salto a la calle, a buscarla.

A traerla conmigo.

Tal vez tenga suerte y la encuentre entre las vías del tren, donde cada vez que anda perdida, me dice que se va.

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