
Estigia nacía en el cielo para culminar en el infierno;
era el río procesional de las banales, nativas del futuro viviendo en el pasado. Dedicadas al culto y preservadas del tiempo,
todos los días comunicaban en Koiné el mismo mensaje.
Debían realizar estrictos rituales cotidianos repitiendo exactamente cada gesto, cada palabra con la misma entonación para sostener
la crisálida atemporal que las protegía.
Sólo había atardecer en el pequeño mundo que habitaban.
Brisa suave y estrellas luminosas poblando el cielo.
Césped siempre verde y un cumulus blanco cubriendo la mitad del cielo
por todos los días desde que tenían memoria.
Antes de las ceremonias sagradas que sellaban el pacto eterno,
se bañaban en las gélidas aguas del Estigia,
que las hacía inmunes a los cambios.
Ni un gemido podían emitir si no estaba en el ritual;
era el costo de la eternidad.
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