Aquella mañana la place Ravignan (actualmente place Emile Goudeau) estaba más tranquila de lo que era habitual. Y la razón de este extraño hecho que sorprendería al vecindario era que “La bande à Picasso” descansaba de la juerga de la noche anterior.
En el número 13 de la plaza se levantaba un extraño edificio construido en madera conocido como Le Bateau Lavoir porque tenía forma de barco varado. Y en él se instalaría Picasso cuando se quedó a vivir en París, en aquel edificio -según la policía- “nido de anarquistas, nihilistas, simbolistas, bohemios y otras gentes de mal vivir”
Todos llamaban a Picasso y a sus ruidosos amigos “La banda de Picasso”. Y precisamente los componentes de dicha banda habían preparado el día anterior una de las fiestas más sonadas de que tenía memoria el Bateau Lavoir: la cena homenaje al pintor al que todos llamaban el Aduanero Rousseau, ya que antes de dedicarse de lleno a la pintura ya próximo a su jubilación, había trabajado en el servicio de aduanas francés.
Al homenaje asistieron treinta invitados que cantaron, recitaron poemas en honor al homenajeado, bebieron más de la cuenta y bailaron hasta la madrugada, riendo y bebiendo el vino peleón comprado en “Le Lapin Agile”, felices de ser jóvenes y de estar llenos de proyectos que, en el caso de Picasso, cambiarían la dirección a seguir en la pintura.
En este banquete, Rousseau pronunciaría una frase ingenua y absurda dirigida a Picasso: “Usted y yo somos los pintores más grandes de esta era; usted en el estilo egipcio y yo en el moderno”
El Bateau Lavoir despertó tarde y con resaca. Y Pablo Picasso se despertó en el mismo estado que el edificio, con la sensación de que el suelo se movía bajo sus pies como si el Bateau se hubiera convertido en un barco de verdad y navegara Sena abajo hacia el mar.
Los tres golpes que dieron en la puerta de su estudio estallaron en sus oídos como tres cañonazos.
-Buenos días, pequeño español –saludó el poeta Max Jacob, entrando en el estudio después de apartar a Picasso de un empujón, y añadió:
-A ver, atención: “6 amigos beben cerveza en la tasca de Azon y en total bebieron 21 vasos. Si cada uno de ellos ha bebido distinto número de vasos, ¿Cuántos vasos ha bebido cada uno?”
Picasso ni se molestó en contestar, acostumbrado como estaba a que cada vez que entrara en su estudio, su amigo Max le planteara un acertijo.
-Está bien, aquí tienes una botellita de absenta para que se te quite la resaca –dijo Max, acostumbrado a que su amigo español no le resolviera sus acertijos.
Aun no había cerrado Picasso la puerta cuando el poeta Guillaume Apollinaire la empujó para entrar; y tras el apareció el pintor Juan Gris y el Aduanero Rousseau con su violín y lo que era peor: dispuesto a tocarlo; y ocho o nueve amigos más dispuestos a incrementar el dolor de cabeza de Picasso. Y una vez más, para su desesperación, se pusieron a discutir a gritos ante el cuadro que Apollinaire ya había bautizado como “Las demoiselles d´Avignon”
Cubismo sí, cubismo no. Que así llevaban discutiendo desde que Picasso pintara el cuadro en la primavera-verano del año anterior. Picasso es un genio, gritaban los partidarios de “Cubismo sí”. Picasso se ha vuelto loco, gritaban aún más fuerte los partidarios de “Cubismo no”.
Picasso ya estaba harto, por eso se sorprendió cuando los dos bandos se calmaron para escuchar a Apollinaire que decía:
-Partiendo de la teoría de descomponer las figuras en formas geométricas, nuestro amigo ha inventado el Cubismo. Pues bien, yo os propongo lo siguiente: A ver si somos capaces de dibujar un rectángulo en un papel cuadriculado sombreando las casillas del contorno. Así, el número de casillas, es decir, de pequeños cuadrados que componen la cuadrícula, será menor, igual o mayor que el número de casillas del interior del rectángulo. Y ahora pregunto: ¿podremos dibujar un rectángulo de proporciones tales que el borde (de una casilla de anchura) contenga un número igual de casillas que el rectángulo blanco interior?
-¡Vamos! Que el vino de anoche les ha embotado el cerebro.
Y todos se abalanzaron sobre un cuaderno de dibujo de papel cuadriculado que Picasso había comprado la tarde anterior, asistiendo ahora a la horrible escena de ver cómo sus amigos destrozaban su bloc arrancando las hojas a puñados con objeto de resolver el problema.
Nueva llamada a la puerta.
Ahora los que aparecieron fueron la hija y el hijo de la portera del Bateau Savoir entraron al estudio para ponerse a revolver más que a jugar, como hacían cada día.
Picasso, resignado, se dispuso a dibujar a los niños al ver que se sentaban en el suelo para jugar con un juego de construcciones, cuyas piezas eran cubos de madera teñidos con anilinas de colores.
Picasso observó que hacían construcciones muy sencillas, levantando muros de formas triangulares en las que en el último piso había un cubo, en el penúltimo 2, en el anterior 3, etc.
Y que utilizando todos los cubos del juego el muro de la niña era un piso más alto que el del niño. Al darse cuenta, el niño, enfadado, derrumbó de un manotazo el muro levantado por la niña, y ella, también enfadada tiró de una patada el de su hermano.
Y ya iban a empezar a pelearse cuando su madre entró en el estudio con una caja plana cuadrada en las manos, ordenando a sus hijos que dejaran tranquilo al señor Picasso y que guardaran todos los cubos en la caja cuadrada que traía.
Entonces Picasso se preguntó: ¿Sería esto posible? ¿Podrían los niños guardar todos los cubos del juego en la caja plana cuadrada, sin dejar ningún hueco?
Y pensando en este problema estaba cuando se abrió de nuevo la puerta. Picassocerró los ojos pensando que esa misma tarde compraría tres cerraduras con cadena incorporada y tres cerrojos para asegurar su tranquilidad.
Cuando a los tres segundos volvió a abrir los ojos se encontró con que habían llegado al estudio la coleccionista y por lo tanto rica norteamericana Gertrude Stein y su inseparable amiga Alice B. Toklas.
-Buenos días, mi querido pintor –saludó la primera sentando su contundente envergadura en la cama de Picasso.
-Buenos días, mi querida mecenas y sin embargo amiga –saludó el pintor, frotándose las manos, convencido de que la norteamericana le compraría alguno de los dibujos preparatorios de Las demoiselles d´Avignon que tanto le gustaban.
Así que, dado que su economía estaba en las últimas, puso la carpeta de los dibujos abierta a los pies de la señora Stein dispuesto a enseñarle los dibujos. Y ya tenía el primer dibujo en la mano cuando el pequeño Max Jacob, que ya se había bebido media botella de absenta, apareció con su hoja cuadriculada con el problema del rectángulo resuelto.
-Observa, mi querido amigo y señoras presentes, ya he solucionado el problema.
Como verás el número de de casillas que dibujan los lados del rectángulo es igual al número de casillas que tiene el rectángulo interiror. O sea que el rectángulo tiene…
Y ya iba a dar la solución del problema cuando Alice B. Toklas lo interrumpió para preguntar:
-¿Las caras de un cubo son cuadradas?
-Claro que sí, querida Alice –contestó Max Jacob- las seis caras de un cubo son 6 cuadrados perfectos. ¿Por qué lo preguntas?
-Porque esta mañana me encontré con un problema muy curioso pintado con tiza sobre la acera. Y como al que lo pintó le debía de temblar el pulso, pues los cuadrados eran muy poco cuadrados.
-¿Y cual era el problema? –preguntó Max Jacob.
-¡Pero vamos a ver! Aquí a qué hemos venido, ¿a resolver problemas callejeros o a comprar dibujos cubistas? –exclamó Picasso furioso, al ver que su amigo estaba distrayendo a las señoras de una posible venta.
-Hay tiempo para todo, señor pintor –le tranquilizó Gertrude Stein- Y para demostrarlo le compro estos 3 dibujos para que se quede usted tranquilo. Y ahora, a ver, ¿cómo era ese problema?
Y Alice, poniéndose en pie agarró un carboncillo y dibujó en el suelo tres cuadrados que formaban una figura en forma de L. Todos los componentes de la banda, al ver a la norteamericana dibujando en el suelo del estudio, dejaron de resolver el problema del rectángulo y se acercaron en bloque, justo cuando ella se levantaba y decía:
-Así estaban colocados los 3 cuadrados.
-No lo recuerdo.
El abucheo cayó sobre Alice por haber creado un misterio sin posible solución, hasta que Gertrude Stein preguntó:
-¿Y donde estaba dibujado el problema?
-A la puerta de nuestra casa, frente al nº 13 de la rue des Fleuris.
-Muy bien, pues vuelves allí con este papel y este lápiz y copias el enunciado del problema para que lo podamos resolver. Y el señor Jacob, que es muy amable, te acompañará. ¡Vamos, deprisa! –ordenó la mandona Gertrude dando dos sonoras palmadas y un paraguazo a Max Jacob, para convencerlo.
Mientras Alice y Max iban a la rue del Fleuris, Picasso y sus amigos se fueron a almorzar al restaurante Vernin, el mejor de la zona dado que la norteamericana, parapetada tras sus dólares, invitaba.
Cuando Alice y Max volvieron se encontraron con que no había nadie en el estudio, pero sí una nota en la puerta que decía “Les esperamos en Chez Vernin”.
Alice pensó que sería una buena idea sustituir la nota clavada con una chinche sobre la puerta por el papel en el que había dibujado los 3 cuadrados y apuntado el enunciado del problema, que decía:
“¿Cuál es el número mínimo de casillas que se deben colorear en un tablero de 6 x 6 casillas cuadradas para que sea imposible recortar de la parte sin pintar un pedazo con la siguiente forma:”
Clavaron el papel en la puerta y cuando llegaron a Chez Vernin los comensales, que ya estaban en los postres, los recibieron con una gran ovación. Y Gertrude Stein preguntó:
-A ver, mi querida Alice y mi no menos querido y enteco señor Jacob, ¿Cuál es el enunciado del problema de los 3 cuadrados?
Alice y Max se miraron angustiados y respondieron, con un hilo de voz:
-No lo recordamos, ya se nos ha olvidado.
Los aplausos se transformaron en abucheo y bombardeo con migas de pan al que se unió el resto de los clientes del restaurante y una compañía de infantería que pasaba por la calle. A los agredidos, parapetados detrás del mostrador, no les dio tiempo a explicar que el enunciado del problema estaba esperando clavado en la puerta del estudio de Pablo Picasso.
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