jueves, 26 de febrero de 2009

Qué nos espera ?

Esos tiempos, me parece (o me gustaría... más allá del tiempo que esto lleve), pasarán, morirán asfixiados muy a pesar de muchos de nosotros, a pesar quizás e incluso de los intelectuales que aún sobrevivimos dispuestos a morir por nuestras convicciones...

En los últimos tiempos hemos acabado por ser secuestrados, a causa de nuestra debilidad congénita, de nuestras preferencia por lo idílico para la mente y de lo cómodo para la animalidad congénita, por seres aparentemente similares a nosotros que supieron liberarse de todo prejuicio, de toda vergüenza, de toda conciencia, de todo valor conceptual o formal, a la vez que aprendieron sus palabras para un uso hipócrita y egoísta (grupalista, en realidad) y que gracias a todo ello se tornaron unos auténticos invasores.

La ciencia ficción ya lo decía quizás sin saber hasta dónde habría dado en la tecla, es decir, hasta qué punto no vendrían del espacio exterior ni como producto de monstruosas mutaciones ocasionales... muchas, de todos modos, provocadas por la idiosincrasia íntima del hombre. Lo decía la literatura, que ya demostró con Kafka o Camus hasta dónde era capaz de desnudar las cosas.

La vida, sin duda, ha encontrado, como mil y una vez antes, su camino sin meta; fiel en exclusiva a la voluntad de seguir viviendo en el mundo con el que se encontraba y el tiempo en el que eso sucedía. Tal vez el hombre pueda algún día ser capaz de vivir no sólo lo inmediato sino un poco en el futuro (de verdad y no como hasta ahora, proyectando el pasado), y tal vez pueda entonces y en alguna parte rescatar sus viejas palabras y revivir mitos más "naturales"; tal vez una eterna representación sin consecuencias, sin otra pretensión que el arte (otro sueño nietzscheano e intelectual sin duda), el erotismo (que sin duda se vive incluso con la reflexión). Quizá tenga, podría ser posible, que empezar de más atrás o inclusive de cero... Quizás deje la vieja piel, los viejos órganos, el viejo cerebro y las viejas palabras, y se convierta en "otra cosa".

Por eso, a veces me invade una nostalgia anticipada por el hombre del mismo modo en que he comprobado que le pasaba a Nietzsche. Y a veces, me pregunto si no habré de huir como hizo él hacia la simplificación de la locura; aunque sé que ni siquiera eso puede hacerse voluntariamente si no es realizándolo como suicidio. Más bien, al menos mientras la senilidad no me fagocite, creo que simplemente estaré condenado a seguir siendo trágico (y bastante histriónico).

 Concluyendo...

En fin... Algunos, un tanto escépticos sin duda, como el propio Nietzsche, contemplaron la posibilidad de que la conciencia se extendiera (Nietzsche, a pesar de su pesimismo al respecto, no dejó por ello de "buscar amigos doctos"). Pero para que esto se produzca en alguna medida, habrá que contar con la ayuda de la realidad social circundante e imperante. El peso de esa realidad es significativo. Es claramente una losa. Pero también es lo que se necesita. 

El problema es ciertamente complejo como he dicho y, tal vez por ello, paradójico (nos lo parece al menos porque no se fácil atar lógicamente o formalmente todos los cabos; que es lo que significa complejo en el sentido de sistema formalteórico). 

Es un hecho que el lenguaje y los conceptos a los que hace referencia siguen un desarrollo que nos lleva a sentirnos un tanto desamparados. La insuficiencia de lenguaje es sinónimo, también, de insuficiencia de vínculo social, de imposibilidad de superación de la orfandad trágica que nos empuja un tanto a la claudicación antedicha en una especie de espiral viciosa. Y sin embargo, el lenguaje y los conceptos tienden doblemente a vaciarse de contenido real en la misma medida en que procuran realizar su fin social y psicológico.

Tal vez estas 
paradojas sean reflejo de lo "inevitable" (aunque no de lo predestinado, en lo que para nada creo ni falta que hace), sea lo que eso pueda ser.

La Burocracia gobernante, por ejemplo, miente; es fácil observarlo porque se desdice cada vez más rápido y hasta en una misma persona que hace las veces de un ser aparentemente esquizoide. Pero los intelectuales, incluso los filósofos, se han engañado sistemáticamente aunque con visos casi indiscutibles de honestidad. 

¿Qué hay detrás de esa vocación de engaño y autoengaño? ¿Vamos de una vez por todas a dilucidarlo o seguiremos sin comprender por qué sucede, o sea: a qué jugamos?

Nietzsche vio muy tempranamente que el hombre busca preferentemente (cuando no huye de sí mismo en el sentido que he comentado antes; cuando dice "sí a la vida") la felicidad en lo dionisíaco, en la embriaguez de la fiesta y del arte, en especial el musical, donde lo dionisíaco es 
absoluto en tanto arte que no pretende transmitir certeza alguna a nadie sino recrear la unidad perdida del momento, fuera de lo trágico y de la impotencia, fuera de la conciencia parlanchina.

 En ese sentido es un retorno. En la danza y en la ejecución musical volvemos a ser simples animales expresivos, es más... incluso más expresivos como animales que ningún otro. 
Esa predilección es la que muchos consideraron "naturaleza humana", una naturaleza peligrosa puesto que, practicada por todos no permitiría que la gozara nadie y especialmente el grupo que se había dado cuenta que para tenerla sólo para sí debía limitarla para los demás en base, precisamente, a la promesa engañosa de que la conquistaría por y para todos. 

¡Esta es la trampa de los soberanos desde los primeros reyes hasta la burocracia de hoy! 
Lo que Hobbes quiso justificar racionalmente ofrendando sus servicios a los reyes a la manera de Platón en un tiempo en el que la intelectualidad aún no podía ver en el horizonte la posibilidad de disputarle el trono a la nobleza aunque sí obtener un trato de favor por parte de ella... y vivir a su sombra como vía de obtener una parcela menor del Paraíso. 
Lo que por fin acabó concediéndole (más o menos insatisfactoriamente) la burocracia triunfante, que ya lo venía haciendo casi todo como ha dejado más que claro Tocqueville en "El Antiguo Régimen y la Revolución".

Es sin duda el deseo de todo hombre, y la necesidad de realizarlo lo lleva irresistiblemente a procurarlo. Es un ansia debida al vacío trágico que no se puede extirpar ni adormecer constantemente. Dado el mundo real de cada época, el hombre buscará el modo que encuentre disponible para alcanzar ese fruto, ese Paraíso idílico perdido (que siente perdido por su propia culpa, aunque esto es sólo la forma de comprenderlo, de saber por qué no lo tiene: suponer un pasado donde lo tuvo y fue separado es sólo una forma de expresar su deseo de alcanzarlo; recuperar es la forma en que se expresa obtener...).

¿Es acaso algo de lo que debamos acusar (con el Dios o los dioses que hemos creado) a los hombres que lo intenten con lo que tienen a su disposición? ¿Podemos culpar a las fieras por las técnicas que usan para alcanzar sus presas? ¿Los hace más culpables la posesión de una conciencia que está en sus manos sólo para servirle como un arma y que cuando se extralimita produce la Razón y sus monstruos, la Culpa y sus obstáculos, la Locura y su terror?

El "sí a la vida" de Nietzsche llegaba hasta la frontera más allá de la cual él creía entrever al
superhombre. Pero el superhombre, al margen de lo que la propia evolución pueda dar de sí algún día en contra de las resistencias humanas a que seamos aherrojados a imaginarias jaulas de zoológico o reservas de pastoreo tantas veces noveladas, bastante imposibles en principio, pero cuyas alegorías reflejan el miedo a ser colocados en un peldaño inferior... el superhombre, decía, empieza en el momento en que sea capaz de saber al menos básicamente quién es en realidad. No tanto (aunque sin duda puede ayudar) como una suma de fenómenos biológicos, químicos o físicos... sino en su totalidad, aunque sea relativa e insondable.

Los filósofos se dieron cuenta casi todos con la propuesta del famoso "conócete a tí mismo" que en más o en menos suscribieron. Sabían hasta tal punto que allí estaba la clave que, al mismo tiempo, prefirieron oscurecerla para que fuese inalcanzable.

Fue bastante fácil; la argucia sirve también a ese propósito: bastó con ir distorcionando el objetivo hasta convertirlo en dos, en tres, en múltiples factores, en la búsqueda del corazón o del alma, del ser o del tiempo absolutos, de silenciar el pensamiento para lo desconocido, de simplificar la realidad hasta parir un dogma... Pero ya está bien, ya hemos venerado demasiado tiempo 
la Caverna de las consideraciones conceptuales eternas y absolutas en las que con el tiempo hemos ido incluyendo más y más mentiras esotéricas.

¡Oh, parece fácil; le resultó fácil a Nietzsche proponer el "sí a la vida"! Y sin embargo... 
retornamos, sea o no en el sentido estricto con que lo dijo Nietzsche. Y es que la conciencia, al menos como la realizamos o producimos, encierra un gran problema (y siendo crucial para el conocimiento y la edificación de una cultura, es "el problema de la filosofía"): acercarse al límite es tender a la parálisis, a la inacción por falta de sentido. Esto ya estaba en el joven Nietzsche y lo persiguió toda su vida. Ante algo así de insoportable pero también de imposible, es comprensible llegar en lo que quepa a distorcionar la propia idiosincrasia, la "conciencia de uno mismo". 

Pero... ¡he ahí el problema más trágico!, no alcanzar ese límite es garantizar la inalcanzabilidad del conocimiento, y por tanto: la incompletitud de la teleonomía -por así llamarla sin prejuicios con Monod y que yo podría pensar comoautopoiesis- propia de la vida que es conservarla y asegurarla, lo que exige el constante actuar, responder a las necesidades del cuerpo, del mundo en el que se vive, de los tiempos que se viven, de los sueños que en ellos se pueden tener sin que resulten "repugnantes". 

La "naturaleza", mejor dicho, la evolución, la marcha interactiva y en interacción de las cosas, proveyó a la vida (al menos en La Tierra), en un momento dado, de un instrumento contradictorio, paradójico, que no nació para el conocimiento (alcanzar la verdad) sino para sobrevivir. Y para sobrevivir, nos vemos empujados al conocimiento. Y en un orden no significa lo mismo que en otro.

En todo caso, la marcha seguirá, simplemente ajustándose a tenor de su estado y de lo que se encuentre en su camino. Y, como también supo entrever Nietzsche, seguirá sin meta.


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