domingo, 22 de febrero de 2009

¿Quién dijo que la ciencia fuera justa?

 He leído con sumo placer el realto que Jocelyn Bell escribió – 9 años después - sobre los acontecimientos históricos que le tocaron vivir en Cambridge, durante el verano de 1967. Jocelyn, era por aquel entonces una estudiante norirlandesa que realizaba su tesis doctoral “martillo” en mano, y es que esta astrónoma no solo se dedicó a repasar manualmente cientos de metros de gráficas de radiofrecuencia una vez que el radiotelescopio entró en operación, sino que también ayudó a construir (a eso lo llamo yo “bricomanía”) el radiotelescopio que le permitió entrar en la historia de la ciencia. (Foto superior: Jocelyn junto al telescopio).

Todo comenzó a mediados de 1960 con el descubrimiento de la técnica del conteo de destellos interplanetarios (IPS por sus siglas en inglés). Por resumir un poco esta técnica, podríamos decir que el IPS es la fluctuación aparente en la intensidad de las emisiones de radio provenientes de una fuente compacta. Tales fluctuaciones se deben a las difracciones sufridas por las ondas de radio a medida que pasan a través de los turbulentos vientos solares existentes en el espacio interplanetario. Las fuentes de radio compactas, por ejemplo los quasars, destellean más a menudo que las fuentes de radio extendidas.

El supervisor de Jocelyn, el profesor Tony Hewish se dio cuenta de esta técnica podría suponer una forma útil de encontrar quasars, objetos descritos solo téoricamente hasta la fecha, por lo que diseñó un gran telescopio (ocupaba un área similar al de 57 pistas de tenis) consistente en más de un millar de postes de madera, y más de dos mil dipolos conectados entre si mediante 190 kilómetros de cable. Como dije antes, Jocelyn, otros estudiantes y un puñado de voluntarios, se ocuparon de su construcción. El importe del radiotelescopio fue de apenas 15.000 libras esterlinas, lo cual ya para entonces era una baratija, sobre todo si tenemos en cuenta los resultados posteriores.

En julio de 1967 comenzaron a estudiar las gráficas de los barridos celestiales, estudiaban todo el cielo entre las declinaciones +50′ y -10′ una vez cada cuatro días. Jocelyn repasaba manualmente todas las gráficas (29 metros de papel al día) buscando señales con características diferentes a las conocidas. Seis u ocho semanas después del inicio del experimento, Jocelyn se dio cuenta de que había ciertos “desajustes” en los registros que no tenían exactamente el aspecto que debería de tener una fuente de centelleo, y que tampoco parecía deberse a interferencias de origen humano. Lo más extraño es que ese “desajuste” ya había surgido en la misma zona de los registros anteriores, siempre proveniente de la misma región del cielo (ascensión derecha 1919), por lo que decidieron estudiarlo en profundidad.

Poco después Jocelyn descubrió en las gráficas específicas de esa región, que las señales consistían en una serie de pulsos. Para hacerlo más misterioso, la distancia entre cada pulso era exactamente la misma (1,33 segundos), por lo que contactó a su supervisor Tony Hewish para notificarle el hallazgo. La primera reacción del profesor fue atribuirle un origen humano a las radioseñales, pero aquello le intrigó lo bastante como para dejarse caer por el radiotelescopio al día siguiente. Afortunadamente, ese día la señal volvió a ser detectada, y comprobaron que el intervalo entre los pulsos se mantenía exacto y que debido a lo elevado del ritmo de pulsación, había que descartar a las estrellas.

Tras eso, se pidió a otro telescopio que confirmara los pulsos para eliminar fallos del instrumento. Además se midió la dispersión de la señal para establecer su ubicación y eliminar la posibilidad de que fuera cercana, lo cual confirmó John Pulkington al establecer su origen en el interior de la galaxia, bien fuera del sistema solar. Pero entonces ¿qué era aquello? Recordemos que lo que estaban buscando eran quasars, objetos “cuasi estelares” muy lejanos que varían de luminosidad en escalas de tiempo diversas. Pero aquel objeto pulsaba a intervalos regulares, por lo que… tal vez se tratara de una señal de origen humano. Pero como en el centro de la galaxia no puede haber humanos, la señal deberían producirlo otra clase de seres… y por eso mismo se la denominó LGM 1, acrónimo de “Little Green Man 1” (hombrecillos verdes).

Afortunadamente, antes de anunciarle al mundo el contacto alienígena, Jocelyn se tomó la molestia de buscar en las gráficas otros objetos con esas mismas misteriosas características, lo cual logró poco tiempo después analizando la región de Cassiopea A a una culminación más baja (1133). Aquello, fuera lo que fuera, pulsaba también a intervalos exactos, pero en esa ocasión la distancia entre pulsos era de 1,2 segundos. Poco después, Jocelyn descubrió otras dos fuentes de características similares. Por lógica no podían ser de origen inteligente. Habría sido tremendo, no solo descubrir una civilización extraterrestre intentando comunicarse con nosotros, sino 4 en tan corto intervalo de tiempo.

A finales del mes de enero de 1968 el supevisor de Jocelyn, Tony Hewish, publicó el hallazgo del primer pulsar en la revista Nature. En ese mismo documento, los autores relataron como durante un instante, pensaron que la señal provenía de una civilización alienígena, lo cual bastó para que la prensa se hiciera eco del descubrimiento convirtiendo a Jocelyn en la heroína del momento.

Ciertamente, aquello y poco más fue lo que la estudiante sacó de la experiencia. No obstante, su tutor el profesor Tony Hewish, recibiría por aquel hallazgo el Premio Nobel de física en el año 1974. ¿Quién dijo que la ciencia fuera justa?

No hay comentarios: