El reloj señaló la medianoche.
Ella se encontraba en esa zona, entre la vigilia y el sueño,
en la que la realidad ondula y se retuerce.
Tres golpes estremecieron la puerta.
El chirrido de unas bisagras oxidadas
precedió a una corriente de aire gélido.
La vela que iluminaba el escritorio se apagó.
A pesar de la oscuridad, gracias a la costumbre,
dejó la pluma en el tintero sin vacilar.
Escuchó los sonidos de la noche:
El follaje de los árboles agitado por el viento.
El crujir de las tablas del suelo.
Una respiración pesada a su espalda.
El suave deslizar de un cuchillo afilado por su yugular.
La sangre saliendo a borbotones con cada latido de su corazón…
¡Qué buena historia, pensó, si todavía pudiese escribirla!
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