
En un apartado pueblo, de un antiguo emirato, había un sensato barbero llamado
As-Samet, diestro en afeitar cabezas y barbas, y en sacar muelas y espinas.
Un día el Emir se dio cuenta de la escasez de barberos en su reino,
y ordenó que éstos sólo afeitaran a aquellas personas que no
pudieran hacerlo por sí mismas.
Cierto día el emir llamó a As-Samet para que lo afeitara
y él le contó sus angustias:
"En mi pueblo soy el único barbero
y esto constituye un quebradero de cabeza para mí:
si me afeito, entonces puedo afeitarme por mí mismo,
por lo tanto no debería de afeitarme el barbero de mi pueblo
que soy yo mismo...
Pero si, por el contrario, no me afeito, e
ntonces algún barbero me debe afeitar pero resulta que
¡¡¡yo soy el único barbero del lugar!!!
El emir, al comprobar que sus pensamientos eran tan profundos,
lo premió con la mano de la más virtuosa de sus hijas.
Así, el barbero As-Samet vivió en palacio
y él y su familia fueron felices y comieron perdices...
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