martes, 23 de junio de 2009

Frotis de Papanicolau...


En 1962 moría Nicholas Papanicolau.
La revista Medical World News escribió al respecto :
Hace 25 años el cáncer de útero era el mayor asesino de mujeres americanas;
hoy día, según la Sociedad de Cáncer Americana,
180.000 mujeres están ‘bien, vivas y curadas’ cinco años después del tratamiento, principalmente como resultado del test de frotis.

El test de frotis de Papanicolau,

también conocido como raspado, fue ideado por este médico de origen griego en 1923, cuando investigaba los cambios celulares que se observaban en el tejido vaginal de las cobayas durante las distintas etapas de su ciclo de reproducción.

Para comparar sus resultados con el ciclo menstrual de la mujer, Papanicolau se dispuso a realizar un estudio sistemático de la biología celular del fluido vaginal humano.

Entre las muestras había la de una mujer con cáncer de útero. Papanicolau se dio cuenta que había algo anormal en la muestra obtenida mediante raspado en el cuello del útero.

Cinco años más tarde había desarrollado una manera eficaz de detectar este tipo de cáncer.

Papanicolau era hijo de un médico y, como manda la tradición, estudió medicina en la Universidad de Atenas.

Como le atraía más la investigación que la práctica médica marchó a Alemania para realizar su doctorado, que obtuvo en 1910. Durante la guerra, que interrumpió su carrera científica, conoció a griegos emigrados a los Estados Unidos que le hablaron maravillas de las oportunidades que ofrecía esa nueva tierra de promisión.

Así que hizo las maletas y se marchó con su mujer para hacer realidad el sueño americano.

Trabajó sólo un día como vendedor de alfombras pues enseguida un profesor de zoología de la universidad de Columbia, Thomas Morgan, le recomendó para una plaza a media jornada en el Departamento de Patología del Hospital de Nueva York, afiliado a la Universidad de Cornell. De ahí saltó a la universidad, donde permaneció casi medio siglo.

Su pasión por el trabajo fue su vida. Papanicolau trabajaba 14 horas al día seis días y medio a la semana, tanto en su laboratorio de Cornell como en su casa, ayudado por su mujer.

Sólo se fue de vacaciones una vez en 41 años.

Cuando sus amigos le preguntaban por qué no se iba él, invariablemente, respondía:

- El trabajo es demasiado interesante y ¡queda tanto por hacer!

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