lunes, 29 de junio de 2009

La cuarta pregunta ...


Quiénes somos?

¿De dónde venimos?

¿Adónde vamos?

Además de ser los grandes tópicos de la filosofía de salón, de las elucubraciones adolescentes y de las crisis de identidad, estas tres preguntas vertebran todas las mitologías y religiones.

Y también están en el corazón de la ciencia, que, aunque no siempre lo reconozca, responde

(aunque no solo a eso) a las mismas necesidades básicas que la religión y a la misma angustia existencial que las elucubraciones adolescentes.

La diferencia es que la religión pretende dar respuestas definitivas y las elucubraciones adolescentes suelen resolverse –o disolverse– en tormentas hormonales, mientras que la ciencia suministra respuestas que, aunque siempre provisionales, son cada vez más detalladas y operativas.

¿Quiénes –o qué– somos?

Básicamente, y para decirlo en tres palabras, somos sistemas complejos adaptativos.

Constantemente adquirimos y procesamos información sobre nuestro entorno, así como sobre nuestra propia interacción con el mismo, y a partir de esa información elaboramos unas pautas de comportamiento que tienden a garantizar la eficiente –y placentera– adaptación del sistema complejo que somos al complejo entorno en el que estamos.

¿De dónde venimos?

De un larguísimo proceso evolutivo, que hay que medir en miles de millones de años, que llevó de la materia inanimada a la vida y de la vida a la conciencia.

¿Adónde vamos?

En buena medida, hacia donde queramos: nuestra capacidad para determinar nuestro futuro es,

al menos en teoría, cada vez mayor, y presumiblemente va a seguir creciendo.

Pero hay una cuarta pregunta que subyace a las anteriores (y que no tiene nada que ver con la antigua “cuarta pregunta” judicial relativa a la solvencia del imputado);

una metapregunta que, a la vez que alimenta nuestra perplejidad, nos da una pista:

¿por qué nos preguntamos ese tipo de cosas?

Hay otras muchas preguntas cuya utilidad adaptativa es evidente.

De hecho, el éxito evolutivo de nuestra especie se basa en una rara habilidad para encontrar respuestas correctas, lo cual presupone hacerse –y hacerle a la naturaleza– las preguntas adecuadas.

Y sin embargo, las tres “grandes preguntas” parecen de escasa utilidad (salvo en sus aspectos más pragmáticos; pero hay que tener en cuenta que no es lo mismo preguntarse quiénes somos que cómo funciona el cuerpo humano).

Y, por cierto, ¿cuál es la utilidad de la cuarta pregunta?

¿Y la de la pregunta que acabo de hacer?

“Yo soy quien pregunta quién soy yo”, podríamos concluir palindrómicamente.

(fuente: CARLO FRABETTI)

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