martes, 7 de julio de 2009

La vida como error ...

“La vida como error”
de Emma Herbin.

No somos conscientes de las cosas más obvias.

Si lo fuéramos, nos plantearíamos la vida de modo distinto.

Voy a poner un ejemplo.

Entrar y salir de la vida constituye una peripecia casi siempre dolorosa y,

en todos los casos, muy arriesgada.

El feto está dentro del útero en un entorno templado, protegido de la luz y el ruido;
oye los sonidos de la madre y el latido de su corazón.

Está muy a gusto.

Y de pronto, todo cambia a peor.

Sale profiriendo gritos de espanto.

Y a su propio dolor se añaden las contracciones de la madre que,
en casi la mitad de los casos, tiene que soportar la agresión,
bisturí en mano, de una cesárea.



Si le preguntaran al recién nacido qué es la vida contestaría, por supuesto,
que el biólogo de la NASA Ken Nealson tenía razón:

“La vida es una equivocación.

Tengan siempre presente
aconsejaba a los miembros de su equipo encargado de buscar
vida en el planeta Marte
que si descubrís algo muy extraño
o inaudito vale la pena pararse a analizarlo porque podría ser vida”.

¿Y qué decir de la salida de la vida?

Mientras los físicos discutimos sobre la existencia del tiempo,
el resto de los mortales van
coleccionando las huellas de que el tiempo existe:

las canas a partir de una determinada edad, la menopausia
o la pérdida progresiva de la energía sexual (”…contemplando como se pasa la vida,
como se viene la muerte tan callando…”),
las enfermedades degenerativas y, por fin,
un ictus benevolente que ofusca
la mirada, los gestos de la cara o los movimientos del cuerpo.

Cada vez, de manera más frecuente, la aparición de un tumor cancerígeno.

Si está ubicado en el pulmón –su localización requiere una tomografía
por emisión de positrones–,
los médicos pedirán al paciente una fibrobroncoscopia.

Si los resultados son inciertos, en el mejor de los casos hará falta volver al quirófano
y someterse a una operación para rastrear y sacar los lóbulos afectados.

En el peor de los casos, sesiones periódicas de quimioterapia que irán
mermando la enfermedad y la vida.

La salida de este mundo de cuatro dimensiones, el exit –en la terminología anglosajona–
o es menos doloroso e incierto que la llegada.

Ni la una ni la otra son fáciles de asimilar.

No son presentables.

Justo en medio está el esplendor de la vida exterior:
la belleza de los colores, que no están en el Universo sino en nuestra retina;
la sofisticación de la vida microbiana con sus competiciones incesantes,
que nuestro gran tamaño nos impide apreciar en toda su riqueza;
la inmensidad del firmamento, con sus lluvias de estrellas, tan grandes como el Sol,
que nuestro tamaño demasiado diminuto no nos permite aprender…


Justo en medio, entre la llegada y la salida está también el esplendor de la vida interior:
la ausencia del miedo, que es un arrebato para que florezca el sosiego y la felicidad;
los instintos morales innatos, que llevan a colaborar con desprendimiento,
cuando no prevalece el egoísmo utilitario;
el instinto de fusión irreprimible con otro organismo en busca de amparo
–los mecanismos del amor–,
que conducen a la construcción del nido; el equilibrio fascinante
–cuando los factores de agresión celular, como la contaminación,
no superan el poder regenerador de las propias células–
que mantiene viva a la comunidad andante de células que somos…

Desde luego, no tiene perdón de Dios que algunos homínidos,
con sus ideas equivocadas y sus actos violentos
conviertan el entreacto esplendoroso de la vida en algo no menos abrupto
y doloroso que la llegada y salida atormentadas.

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