A Public Tour of a Secret Iranian Nuclear Site
In cavernous underground halls roughly half the size of the Pentagon, Mr. Ahmadinejad walked past rows of Iran's first generation of machines, known as the P-1,
which was based on a Pakistani design sold on the nuclear black market.
The temperamental machines broke down frequently in the early days.
One Iranian study traced the failures to centrifuge assembly when technicians,
working with bare hands, inadvertently left behind clusters of microbes.
That minuscule weight was enough to throw the whirling machines
off balance and cause them to malfunction.
Mr. Ahmadinejad visited what appears to be a control room for
centrifuges in the buried halls.
Other photos in the series suggest that each monitor shows the status
of a group of 164 centrifuges, known as a cascade.
To date, Iran has installed 3,000 of the temperamental P-1 machines at Natanz,
and recently began expanding that number to 9,000. Ultimately,
it wants to have 54,000 centrifuges running around the clock, year after year.
In the Pilot Fuel Enrichment Plant, one of the site's above-ground buildings,
Mr. Ahmadinejad examined a carbon rotor for a new generation
of centrifuges known as the IR-2, for Iranian second generation.
A hand in the foreground holds what appears to be a bellows.
The specialized part is difficult to manufacture but can link
rotors together to make a long centrifuge that more quickly enriches uranium.
A bellows is not believed to be used in the IR-2 machines now under
development but may be part of an experimental program.
Mr. Aghazadeh, head of the Atomic Energy Organization of Iran,
in front of empty stands for new centrifuges in the pilot plant.
In the background, a cascade of IR-2 machines appears to be
undergoing installation in an area that previously held P-1 centrifuges.
Historically, the Iranians have used the pilot plant to test new centrifuge technology before its introduction into the buried halls,
which are meant for mass production and industrial-scale enrichment.
Que Estados Unidos negocie con Irán resulta urgente.
El problema es que, como ha resaltado recientemente Henry Kissinger,
Ahmadineyad no parece haber decidido todavía si quiere que Irán sea
un Estado o una ideología.
En el primer caso, Obama, el almirante Fallon y los europeos tendríamos razón al buscar un acomodo con Irán, confiando en su transformación, hacia dentro en términos de progresiva liberalización política y económica, hacia fuera vía su socialización como actor indispensable para la cooperación regional.
De hecho, la reciente visita de Ahmadineyad a Bagdad es una clara señal de
que la diplomacia iraní también ha comenzado a percibir el inmenso potencial,
y los beneficios, de una política exterior inteligente.
Pero si Irán insiste en ser una ideología, no sólo confirmará los peores presagios de los israelíes, sino también de sus vecinos, que aunque sea soterradamente, acabarán configurando una gran alianza regional para aislar al régimen iraní.
De seguir así, Ahmadineyad se podrá atribuir el mérito de haber reunido a Estados Unidos, Europa, Israel y Arabia Saudí bajo un mismo techo estratégico, facilitando el consenso en torno a una política de contención hacía Irán a la que difícilmente China y Rusia podrían oponerse.
Paradójicamente, estas circunstancias tan difíciles ofrecen a Europa una importante oportunidad para acercarse a Arabia Saudí y a las monarquías del Golfo con el fin de reforzar una relación que en los últimos años viene adoleciendo de numerosos problemas.
Evidentemente, este acercamiento no es fácil, pues hay muchas cuestiones difíciles, entre ellas las relacionadas con la democracia y los derechos humanos, pero también existen enormes oportunidades que deben ser exploradas en el campo de la tecnología, los servicios
e incluso la educación.
La cuestión es: ¿sabrá Europa aprovecharlas?
Robert McNamara, que fue uno de los responsables de la guerra de Vietnam,
escribió un largo arrepentimiento público.
Su libro, In retrospect (Times Books, 1995) reconoce que esa guerra fue un error.
Pero esa guerra, que mató a tres millones de vietnamitas y a 58 mil norteamericanos, fue un error porque no se podía ganar, y no porque fuera injusta.
El pecado está en la derrota, no en la injusticia.
Según McNamara, ya en 1965 el gobierno de Estados Unidos disponía de abrumadoras evidencias que demostraban la imposibilidad de la victoria de sus fuerzas invasoras,
pero siguió actuando como si la victoria fuera posible.
El hecho de que Estados Unidos estuviera practicando el terrorismo internacional para imponer a Vietnam una dictadura militar que los vietnamitas no querían, está fuera de la cuestión.
Un ataque preventivo contra Irán,
¿será una guerra que desde ya se sabe que no se va a poder ganar?
(JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA, Iton Gadol, Eduardo Galeano)
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