Lego de varias recomendaciones de personas distintas y todas hablaban con emoción
de un libro que, me advertían, era extremadamente duro.
Lo compre, claro, y me ha costado muchos sentires terminarlo.
No porque sea especialmente denso o largo, sino porque cada una de sus páginas
suma tal cúmulo de palizas, derrotas y desgracias que leía unas cuantas líneas
y tenía que dejarlo un tiempo antes de empezar otra vez.
Mil soles espléndidos,
la historia terrible de dos mujeres afganas contada sin apenas recursos literarios.
Frases cortas, palabras incisivas, prosa dura.
Tan dura como la historia que cuenta sin concesiones.
A fecha de hoy aún no se si me ha gustado o no.
Solo se que mientras lo leía, el parlamento iraní rechazaba a dos mujeres como ministras,
un padre egipcio maltrataba hasta terminar con su vida a su hija de 23 años
porque las habladurías la relacionaban con un chico
y eso atentaba contra su honor y en Sudán,
un tribunal condenaba a 40 latigazos a la reportera Lubna Ahmed
por indecencia al ser descubierta vistiendo pantalones.
Y son solo tres ejemplos de tres países donde hay mujeres,
algunas mujeres, que pueden llevar una vida algo normal.
En Afganistán no.
La historia de mil soles espléndidos es casi contemporánea
y uno no puede evitar imaginar a esas mujeres machacadas
una y otra vez en un país devastado, mujeres siempre encerradas en patios o bajo burkas.
Son mujeres que llevan tantos años pasando hambre que ya no recuerdan
lo que es una comida normal,
que mueren porque no hay médicos ni hospitales para ellas,
que se compran y se venden entre familias
y que pasan su corta vida recibiendo palos de padres y maridos.
Son mujeres que con cada tregua,
con cada anuncio de cambio político albergaron una esperanza,
para descubrir poco después que los cambios siempre son para peor.
Son mujeres que a fecha de hoy siguen esperando un milagro
que cambie sus vidas.
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