Sin haber llegado a las librerías, el último libro del cura español,
Jesús López Sáez ha vendido ya más de dos mil ejemplares.
Una exhaustiva investigación de más de una década desvela las interioridades de los últimos 25 años en la casa de Jesucristo en la Tierra.
Como reza el título “El día de la cuenta”
En 1978, el Papa Albino Luciani, conocido para la posteridad como Juan Pablo I, muere tras haber ocupado únicamente un mes la silla de Pedro.
Una escueta investigación que, oficialmente, excluye la realización de una autopsia, dictamina que la muerte se debió a causas naturales, en concreto, a la delicada salud del Papa; probablemente, olvidó tomarse sus medicinas.
En el transcurso de pocos años, morirían Roberto Calvi y Michele Sindona, los “banqueros” del Papa, cuyas conexiones con el Vaticano a través del Banco Ambrosiano serían rumor durante años e inspirarían a Francis Ford Coppola para su tercera entrega de El Padrino.
Tres años después, en 1981, el Papa Wojtila, sucesor de Juan Pablo I con el nombre de Juan Pablo II, sufriría un atentado a manos de un turco, Alí Agca, en la Plaza del Vaticano.
Todos estos extraños acontecimientos en un corto espacio de tiempo son los que mueven al cura español Jesús López Sáez, por aquel tiempo, responsable de la enseñanza catequética en la Conferencia Episcopal, a comenzar una investigación que correrá paralela a su vida.
Como él mismo dice, citando a San Pablo,
“mediante la manifestación de la verdad, nos encomendamos a toda conciencia humana delante de Dios”.
¿Por qué murió Juan Pablo I?
A la luz de los testimonios de sus más allegados colaboradores,
Juan Pablo I llegó al Vaticano con una idea en su cabeza:
regenerar la Iglesia.
A pesar de ser un hombre de apariencia débil, las gentes que le conocieron coinciden en desvelar un carácter mucho más robusto del que, posteriormente, una parte de la Iglesia ha extendido.
En 1972, siendo cardenal de la diócesis de Venecia, Albino Luciani despierta a los males de la Iglesia en un encuentro con el poderoso cardenal Marcinkus.
El encargado de la administración vaticana había vendido la Banca Católica del Véneto al Banco Ambrosiano de Roberto Calvi sin consultar al obispado de esa región, es decir, el propio Luciani.
Cuando llega a Roma preguntando por qué la Iglesia se deshacía de una banca que se dedicaba a ayudar a los más necesitados con préstamos a bajo interés, el entonces sustituto del secretario de estado, Benelli, le cuenta que existe un un plan entre Roberto Calvi, Michele Sindona y Marcinkus para aprovechar el amplio margen de maniobra que tiene el Vaticano: “evasión de impuestos, movimiento legal de acciones”.
La reacción de Luciani, recogida en el libro “Con el corazón puesto en Dios: intuiciones proféticas de Juan Pablo I”, es de una enorme decepción:
“¿Qué tiene todo esto que ver con la iglesia de los pobres?
En nombre de Dios…” preguntó Luciani. Benelli,
le interrumpió con un
“no, Albino, en nombre del dividendo”.
Mafia y masonería
Unos años antes, a principios de los setenta, un oscuro contable, de nombre Roberto Calvi, comienza una fulgurante ascensión en el mundo de las finanzas italianas de la mano de su benefactor, Michele Sindona, miembro de la logia masónica P2.
Fue él quien introduce a Calvi en los círculos vaticanos, concretamente con monseñor Marcinkus, que pasa por ser, si no un integrante de la masonería del Vaticano, uno de sus más firmes aliados.
De acuerdo a las investigaciones del proceso mafia-P2, emprendido por la Justicia italiana, el estado Vaticano ejerció durante más de una década como paraíso fiscal, siendo el IOR (Instituto para las Obras de Religión, también llamado Banco Vaticano), aprovechado por la masonería para enviar el dinero a cuentas en Suramérica (sobre todo Argentina) y Centroamérica.
Ésta sería la baza que intentaría jugar el General Noriega cuando se vio invadido por su otrora benefactor, Estados Unidos: se refugió en la embajada vaticana de Panamá.
Según quedó demostrado en el sumario contra la logia P2, instruido en Italia a principios de los años ochenta, la conexión Banco Ambrosiano-Banco Vaticano fue la puerta a través de la cual Licio Gelli, jefe de la logia masónica P2 y agente secreto norteamericano, entró a formar parte del núcleo de personas influyentes en la Santa Sede.
López Sáez hace suya una cita de Pablo VI en relación con estos hechos: “el humo de Satanás entró en la Iglesia”.
En esas condiciones, el Papa Luciani, partidario de una reforma profunda de la Iglesia, venía dispuesto a no andarse con contemplaciones.
En el libro de Camilo Bassoto “Mi corazón está todavía en Venecia”, se transcriben las siguientes palabras del Papa Luciani:
“sé muy bien que no seré yo el que cambie las reglas codificadas desde hace siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas.
Quiero ser el padre, el amigo, el hermano que va como peregrino y misionero a ver a todos, que va a llevar la paz, a confirmar a hijos y a hermanos en la fe, a pedir justicia, a defender a los débiles, a abrazar a los pobres, a los perseguidos, a consolar a los presos, a los exiliados, a los sin patria y a los enfermos”,
Juan Pablo I llega al Vaticano con varias ideas claras, y así se lo comunica nada más ser nombrado al entonces secretario de estado Villot: destituir al cardenal Marcinkus y renovar íntegramente el Banco Vaticano.
“Aquella que se llama sede de Pedro y que se dice también santa no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus actividades financieras con las de los banqueros….
Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica: hemos hecho nuestras las reglas del mundo”, fueron sus palabras al llegar.
by.B.B.C.
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