lunes, 9 de agosto de 2010

Puente de las penas.

Flotamos sobre ruinas de naves terrestres, incandescente y desgarrante atmósfera; metálico y acuoso es el sol que nos derrite.

Estáticas han pertenecido allí por muchos aluviones sin aves aguachentas, han soportado diluvios de lágrimas saladas, huracanes de flores y ráfagas de llantos felices.

Enero nos canta la célebre estatua de pétalos de plata, que fina y trenzada se entrelaza en la enredadera de nuestra épica historia.

Espíritus bolivianos explotan su sien en la profundidad de su tumba, gritan y estallan.

El suelo nos cuenta del poder y los poemas de minera extirpada, de campesinos y sangre en sus bocas, del sudor y arenas rasguñadas, de los ángeles que se posan en los vientos, del mar que protege, flotando aún, entre la aspereza del sonido marino.

Ruinas de llantos arquitectónicos, puente surrealista de manos que enlazan ramas sobre los hombros del obrero.

Hachas y lanzas de pájaros de cobre, carretas y casas de litio fragmentan el grave brillo del sol, y el criminal rose con la ultravioleta de las nubes quiebran el brillo del esfuerzo fiero-animal-humano.

Todo se contracta.

Andesita rojiza vuela entre las nubes del desierto, en círculos hilaban la circunferencia de la gran ciudad épica; entre piedras y rocas ígneas, entre el suelo y el aire que se separan.

Sentados estuvimos en la religión cultural, sobre montañas de largos brazos, sobre la tierra fina y grueso estandarte, desteñidos museos y casinos de inherentes actos, coetáneos monumentos que en estatuas nos guardan como sortija de cimientos y granizos; serafines amaneceres antofagastinos

-Mientras, todo se sigue contrastando.

by.Neurósis Cultural-Antofagasta-Chile

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