Yo aquí y ella en el otro extremo del vidrio detenido,
uno mirando a babor y otro a estribor,
uno a proa y otro a popa,
enfrentados y simétricos, ajenos y lejanos en instantes de cercanías.
Sin embargo, la luz cenicienta de esta tarde de invierno trae su rostro,
de refracción en refracción, hasta mi ventanilla.
Afuera, la luz que cae horizontal es el azogue necesario.
Si a su vez ella captara en su sentir mi reflejo, nuestras miradas se cruzarían, pero lo harían en un punto que queda fuera del prisma de este instante.
Viajamos a bordo de una geometría excéntrica,
donde nada sucede aquí ni ahora.
El paisaje empieza a cambiar.
La velocidad se convierte en una trama que desdibuja aquel instante.
Pronto de ella solo queda la belleza,
Ese efecto de la memoria y los vidrios empañados.
Pero esa belleza es de ella.
El paisaje se detiene, es mi parada.
Desaparezco sin más en el fondo del azogue.
Aquel instante simplemente Es…
Un eterno y sencillo Es.
Su belleza ...
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