La naturaleza es así de ecléctica, el carbono puede darnos tanto una mina de lápiz como un codiciado diamante.
De igual forma, un átomo de hidrógeno puede estar convirtiéndose en helio en el núcleo del Sol o formando parte de nuestras uñas.
La química nos hermana con el Cosmos, en esencia somos muy parecidos a las estrellas.
Si citásemos al Universo para realizarle un análisis, como en nuestros rutinarios chequeos,
¿con qué nos encontraríamos?
No mediríamos hemoglobina, ni glucosa, pero sí encontraríamos elementos muy familiares, como el hidrógeno o el carbono.
Veamos los resultados de nuestro querido paciente.
Sólo el 4% del Universo está formado por materia atómica.
Imaginemos que con ella hiciésemos una tarta y la dividiésemos en cuatro partes.
Tres de ellas estarían formadas por hidrógeno y la cuarta por helio.
Las migajas que se quedan en el plato, un insignificante 1%, estaría compuesto por lo que nosotros, los humanos, consideramos los elementos fundamentales para la vida, al menos para la nuestra.
Carbono, oxígeno, nitrógeno…que se combinan de forma única y magistral en nuestro organismo.
Somos un prodigioso y eficaz laboratorio que, además, puede moverse, sentir y, a veces, pensar.
Podríamos ir más atrás en el tiempo y preguntarnos cómo empezó todo, cómo se hizo la tarta y de dónde salieron los ingredientes.
Un protón, partícula elemental con carga positiva, pudo chocar con un neutrón, partícula con masa pero sin carga, y mediante un proceso de fusión nuclear se formó el primer núcleo de deuterio… menudo galimatías.
Basta entender que el proceso es muy similar al arte culinario: partiendo de ingredientes muy sencillos como harina, azúcar, huevos y leche, se puede lograr, con la ayuda de determinadas condiciones como el calor de un horno, un todo más complejo: nuestra tarta hidrogenada.
El milagro, en esta ocasión, fue una disminución de la temperatura que propició que los electrones se unieran a los núcleos y se formaran los primeros átomos, las partículas indivisibles de la materia según Demócrito.
La materia comenzó a reunirse en grumos y a colapsar, apareciendo así las primeras estrellas.
Las de menor tamaño que el Sol comenzaron a fusionar hidrógeno, formándose helio.
Las estrellas de masa mediana realizaron el mismo proceso, pero obtuvieron, afortunadamente para nosotros, otro resultado: nitrógeno. Las estrellas de masa mayor formaron carbono y oxígeno.
Las masivas produjeron algunos de los más abundantes elementos en planetas terrestres, tales como magnesio, silicio y hierro.
Los elementos más pesados que el hierro se formaron en las explosiones de novas y supernovas.
Ya estarían todas las fichas del puzle, las cartas sobre la mesa, los ingredientes de nuestra tarta.
Los elementos químicos, que todos tuvimos que memorizar en el colegio, fueron combinándose para formar compuestos estables: dióxido de carbono, vapor de agua, metano y amoníaco, los cuales quedaron unidos al planeta formando su atmósfera primitiva gracias a la gravedad.
Otros gases se perdieron en el espacio al no tener suficiente masa:
adiós al hidrógeno y al helio.
La mayor parte del vapor de agua se fue condensando y formó los océanos, donde unos microorganismos anaerobios iniciaron el proceso de la fotosíntesis.
Con ello, curiosamente, dieron lugar a grandes cantidades de oxígeno, que pasó a formar parte de la atmósfera.
El resto es ya historia sabida por todos,
y nosotros el último párrafo del libro.
Los resultados del análisis del Universo están listos.
El informe, de cien hojas, tiene noventa y seis en blanco.
Los científicos sólo conocen una pequeña parte de su composición, correspondiente a la materia atómica.
La mayor parte es, a día de hoy, una gran incógnita, eso sí,
con nombre y apellidos: materia y energía oscura.
Nadie las ha detectado, pero sí hay constancia de que ejercen un efecto gravitatorio sobre la materia atómica.
Queda todavía mucho por hacer, muchas incógnitas que despejar, muchas respuestas que contestar.
Qué sería del ser humano si todo estuviera ya escrito.
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