viernes, 3 de junio de 2011

16:00hs... Tiempo de un cuento


La  Hiladora es un complejo entramado de placas de cobre, estaño y terminales 
de oro, en cuyo recipiente más íntimo están contenidas, encerradas en relojes que no marcan la hora, las tres energías que alimentan las ruedas del Destino.

 Cada recipiente, a su vez, está conectado a un depurador, que alimenta
 a los espíritus con éter sintetizado, manteniéndolos vivos y en funcionamiento. 

Todo esto es posible gracias a una caldera que produce enormes cantidades de energía térmica, la cual circula en forma de vapor saturado  a través de un intrincado sistema de válvulas y venas de materiales de artificio.

La cámara de confinación de La Hiladora fue diseñada por Pólux Athelstand 
a principios de la cuarta década posterior a la caída de Mederlich y sus hijos, después de que estos últimos dieran muerte a las tres diosas del destino y quemaran hasta sus cenizas el bosque de Grievengrowth. 

Athelstand, cuya vida había sido bendecida por Clothos, la dadora de nombres
 e hiladora del hado, prometió a su diosa patrona —cuando ésta se hallaba herida 
de muerte—, que encontraría una manera de traerla a ella y a sus hermanas 
de vuelta del Éter.

 A este punto, se rumorea que los primeros intentos del inventor por cumplir
 su juramento lo llevaron a la práctica del tabú de la sintaxis humana, 
empresa que evidentemente se vio fallida por el pobre estado de la teoría
 y por el rechazo generalizado de la comunidad de alquimistas y cultores de la magia. 

Los registros mismos de la vida de Athelstand señalan que fue dos veces llevado 
a juicio, siendo la primera de estas instancias por la generación espontánea 
de un homúnculo de tres cabezas que estalló dentro de su atanor matando
 a una decena de personas.

 La segunda vez, los cargos presentados en contra del científico fueron interpuestos por una influyente firma de sepultureros que declaró haber sorprendido al hombre profanando tumbas en busca de estructuras óseas y tejido en buen estado.

  Según consta en su biografía no autorizada, esta denuncia nació a raíz
 de un segundo intento por construir una morada corpórea para las tres parcas, fundamentada en los dudosos procesos del galvanismo.

La Hiladora nació como el último intento por cumplir su promesa.

 Un Athelstand ya viejo (y algo chalado) dedicó los últimos seis inviernos de su vida al diseño e implementación del primero ordenador de datos de la historia.

 Como toda maquinaria del período, se convirtió en una central de procesamiento sumamente barroca, muy poco funcional y, para remate, sumamente inestable.  

Durante los primeros años, no fue más que una sórdida prisión de hierro para 
el espíritu de las tres parcas —Clotho, que hila la vida, Lacusia, que mide el largo
 del filamento y Atrophis, la implacable, que lo corta a su debido tiempo—, 
que fue regresado a la tierra mediante procesos que, hasta el día de hoy,
 siguen rebanándole los sesos a quienes estudian la conductividad de planos. 

El hecho de que las diosas no pudieran comunicarse con el exterior fue la última 
gran crisis que la mente tras La Hiladora tuvo que sortear antes de su muerte. 

Irónicamente, Atrophis en persona no le concedió el tiempo suficiente para hacerlo. 

Solo cien años más tarde, bajo el paradigma de la alquimia generativa, lograría implantarse en su funcionamiento el sistema de placas transformaciones primarias, cada una con la información necesaria para que las parcas pudieran producir enunciados ilimitados a base de un conjunto reducido de reglas recursivas. 

 Hoy por hoy, el paradero de La Hiladora es desconocido. 

Pero el hecho de que esté escribiendo esto es la prueba irrefutable de que las tres diosas del Destino siguen influyendo en el curso de las vidas de los mortales.

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