sábado, 2 de julio de 2011

... Después...



Uno se pregunta, a veces, que es lo que queda después que sucede aquello
que ha sucedido.
Porque la espera es a veces la antesala del infierno o del paraíso,
y porque las expectativas no siempre se dan bien con las realidades.
Uno se pregunta si aquél mármol frente al que se ha, tal vez,
aguardado en vano es un testigo calificado de los aconteceres o si,
por el contrario, no es más que piedra fría que ni siquiera sirve para
ser guardián de secretos o reservorio de penurias y alegrías.
Si es que aquello que debía ser no fue o si lo que fue no es lo que debía,
hay momentos que carece de importancia; en otros,
es elemental como que lo que fue, fue y es.
No tenemos parámetro para medir el después del después.
Todos, de alguna manera u otra, quedamos insatisfechos aún cuando no lo declaremos o no lo reconozcamos.
Las porciones de certidumbres y de causalidad deben tener siempre una dosis de incógnita y de aleatoriedad para poder ser veraces;
de lo contrario entran en el terreno de las ideas,
de las figuras platónicas que pueden ser pero no son.
Ni serán.
Eso que queda, y lo que no queda, es parte del después,
de lo que aparece luego de haber traspasado un umbral que ha podido deparar la felicidad más plena o la miseria más desgarradora.

O, quizás, solo pequeñas cuotas de alegrías y tristezas,
anécdotas mínimas en lo cotidiano de la vida.


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