viernes, 22 de julio de 2011

La fantástica creación de las auroras


Las aurorales boreales son increíbles fenómenos que suelen resplandecer
 en las polares noches invernales.

 Magistrales e hipnóticas danzas de luces, brillos y colores que cautivan
 la curiosidad humana por su belleza.

 Pero, ¿Qué son realmente las auroras boreales?
 ¿De dónde provienen y cómo es que se forman?

 A continuación trataré de dar una breve
 y sencilla respuesta a estas preguntas.

La historia de las auroras comienza en el Sol, nuestra estrella madre,
 sólo una estrella de tamaño mediano entre otras miles de millones
 de estrellas que llenan la Vía Láctea.

 Durante el transcurso principal de su vida, el Sol actúa como una gigantesca planta nuclear, fusionando diferentes átomos en su interior y creando energía durante el proceso.

Las temperaturas en el núcleo del Sol alcanzan los 14 millones de grados,
 y las presiones que se generan son tan intensas que los átomos de hidrógeno comienzan a fusionarse, pese a la natural repulsión que sienten entre sí.

 De dicha fusión se obtiene un nuevo elemento, el helio, y como producto
 de esta reacción nuclear se liberan enormes cantidades de energía.


La energía producida es irradiada hacia el exterior del núcleo del Sol en forma de radiación, luz y calor, mediante partículas denominadas fotones. 

Atravesando las capas exteriores de la estrella, el calor se desplaza hacia
 la superficie en gigantescas regiones denominadas “zonas de convección”.


Las zonas de convección son colosales corrientes eléctricas de gas cargado, que crean impresionantes campos magnéticos dentro del mismo Sol.

 En algunos lugares de la estrella, intensos campos magnéticos se abren camino a través de la superficie y escapan al exterior.

 Durante el proceso, las corrientes de gas caliente de esas zonas pierden velocidad y se enfrían, creando las zonas oscuras conocidas 
como “manchas solares”.


El caliente gas cargado eléctricamente es denominado plasma,
 el cuarto estado natural de la materia (lógicamente los otros son gaseoso, líquido y sólido).

 El plasma empuja aún más al campo magnético generado, el cual se estira
 y tuerce, como si se tratase de una banda elástica.

 En cierto punto, la banda elástica se quiebra y varios miles de millones 
de toneladas de plasma son expulsados del Sol, en un fenómeno que se denomina “tormenta solar”.


La tormenta solar viaja a través del espacio a velocidades de hasta 8 millones de kilómetros por hora.

 Después de 6 horas de viaje atraviesa en su camino al planeta Mercurio; después de 12 horas se cruza con el planeta Venus; y después de 18 horas
 la tormenta solar alcanza la Tierra.


Cuando la tormenta solar llega a nuestro planeta sucede un evento extraordinario: el campo magnético de la Tierra, que actúa como un escudo invisible, repulsa y desvía a la tormenta.

 Los intensos campos magnéticos colisionan y crean una especie de túnel,
 a través del cual las corrientes de gas descienden hacia nuestro planeta,
 de la misma forma que lo hace un río alrededor de una piedra
 o de un pilar de un puente.


Las partículas cargadas que viajaron en la tormenta solar descienden finalmente a través de las líneas creadas por la colisión de los campos magnéticos, y una vez en nuestro planeta, interactúan con los átomos y moléculas de la atmósfera.

Estos átomos y moléculas que se encontraban previamente en un estado bajo de energía, denominado nivel fundamental, son perturbados por las partículas solares cargadas y llevados a un estado excitado de energía.

 En menos de una millonésima de segundo, los átomos regresan a su nivel fundamental y liberan el exceso de energía en forma de luz: 
es esa luz la que observamos desde la superficie y denominamos auroras.






En nuestro planeta, llamamos auroras boreales a aquellas observadas
 en el hemisferio norte y auroras australes a las que se presentan
 en el hemisferio sur.

 Pero el fenómeno de las auroras no se limita únicamente a nuestro planeta. 

El poder de las tormentas solares es tan intenso que incluso produce auroras en el resto de los planetas, algunos de los cuales tienen campos magnéticos mucho más fuertes que el de la Tierra.

 Se han observado increíbles auroras en Marte, Júpiter, Saturno,
 e incluso en algunas de las lunas de estos últimos dos planetas.


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