Llevaba una vida ejemplar, pero al cumplir los cincuenta
se presentó en la comisaría y dijo:
-“Señor comisario , arrésteme, por favor.
Sin preguntas.”
Durante los treinta años siguientes permaneció en silencio absoluto,
en una celda pequeñita pero bien ventilada.
La noche de su octogésimo cumpleaños se levantó
y llamó al carcelero.
- “Ya puede dejarme ir.
Gracias por todo.”
Al día siguiente robó cuatro bancos y un camión blindado.
Sabía que su corazón no aguantaría tantas emociones,
pero murió contento.
Antonio Vélez siempre pagaba por adelantado.
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