domingo, 3 de julio de 2011

Son catorce estrellas de veinte masas solares

explosión de supernova.

Detrás de espesas cortinas de polvo y gas que las ocultan a nuestra vista, la Vía Láctea esconde algunas de sus más preciadas joyas.
 Sólo con el desarrollo de las técnicas de observación en el infrarrojo ha sido posible tener acceso a estas regiones de la galaxia antaño inalcanzables.
Estamos familiarizados con los detectores infrarrojos gracias al cine. Algunas películas nos han mostrado que es posible ver en la oscuridad debido al calor que emiten los cuerpos.
 Su emisión es similar a la luz visible, pero se produce en el rango de ondas infrarrojas.
 Nuestros ojos no lo ven, pese a ser aquél en el que los seres vivos radian la mayor parte de su energía.
En la película, el personaje de turno puede distinguir cómo su contrincante se mueve en una situación que, en circunstancias normales, haría tal cosa imposible.
 De esta forma, el comando policial oculto vigila de noche a los traficantes, y el cazador venido de otro planeta acecha a sus presas terrestres.
El mismo principio se aplica a las observaciones infrarrojas en Astrofísica.
 La radiación visible es fácilmente absorbida por las partículas que llenan el espacio (sea la niebla en la atmósfera o el polvo en el espacio interestelar).
 La radiación infrarroja, en cambio, penetra fácilmente en este polvo y nos revela un Universo inesperadamente rico y maravilloso.
El polvo y el gas de una galaxia se acumulan en las zonas donde las estrellas se forman más abundantemente.
 Esto no es extraño: las estrellas nacen de estas nubes de gas y polvo, por lo que su presencia indica un lugar probable de formación estelar.
 Pero al mismo tiempo, estas mismas nubes nos ocultan las estrellas recién nacidas, al extinguir su luz visible, la única que ha sido accesible a la humanidad a lo largo de milenios, hasta bien entrado el siglo XX.
Durante muchos años, la Vía Láctea, una galaxia grande respecto a las de su entorno cercano, parecía comparativamente poco activa en la formación de estrellas.
 Un importante catálogo, publicado en 1978, lista 301 estrellas de tipo O (de las que podemos estar seguros que acaban de nacer; o sea, que tienen menos de 10 millones de años).
 ¡301 en una población de cien mil millones!
 Aún corrigiendo diversos efectos conocidos, es una cantidad ridícula para una galaxia como la nuestra.
Pero las observaciones infrarrojas han cambiado nuestra percepción, y actualmente estamos accediendo a regiones que antes desconocíamos.
 Una de ellas es el cúmulo RSG1 (del inglés Red Supergiants 1, o Supergigantes Rojas 1), recientemente confirmado como tal por un equipo de investigadores liderado por el Prof. D. Figer, del Instituto delTelescopio Espacial Hubble (STScI), y en el que participan el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y el Departamento de Astrofísica Milimétrica e Infrarroja del CSIC a través de los Prof. A. Herrero y F. Najarro.
 Este cúmulo destaca porque contiene nada menos
 que 14 supergigantes rojas.
 Hasta ahora, el que más tenía era NGC 7419, con cinco. RSG 1 multiplica por tres este valor.
Encontrar 14 supergigantes rojas en un mismo cúmulo es poco probable.
 Son una fase muy breve y peculiar de las estrellas.
 Únicamente aquellas que nacen con una masa entre 15 y 60 veces la solar la alcanzan al final de su vida, y por poco tiempo.
 En el interior de las supergigantes rojas se producen cambios que, inevitablemente, conducen a la estrella a morir en una explosión de supernova, pero creando al mismo tiempo una estrella de neutrones o un agujero negro.
Pero nacen muy pocas estrellas con masas tan grandes (cuanto mayor es la masa de una estrella, menos probable es que se haya formado, por decirlo de algún modo).
 Y como el tiempo de vida de una estrella es tanto más breve cuanto mayor es su masa, hay muy pocas estrellas de gran masa.
 Podemos estimar que en nuestra galaxia existen varios millones de estrellas como el Sol por cada una de 20 masas solares.
 Tener en un mismo cúmulo 14 supergigantes rojas significa que nacieron una gran cantidad de estrellas masivas (recordemos que la fase es muy breve) y, por tanto, muchísimas como el Sol.
RSG1 tuvo que transformar en estrellas una masa de gas 30.000 veces mayor que la solar.
 Y tuvo que formarlas hace apenas unos 8 millones de años.
 Dentro de un tiempo astronómicamente corto, será una pira de fuegos artificiales, cuando estas supergigantes rojas comiencen a explotar como supernovas.
Como región de formación estelar reciente y masiva, RSG1 no es un caso único.
 Se han descubierto otros cúmulos comparables, que están siendo analizados, en el plano de la galaxia y en la dirección de su centro (como el propio RSG1).
 Allí hay grandes reservas de gas y polvo, que al mismo tiempo los ocultan a nuestra observación.
¿Cuántos cúmulos más como RSG1 podrían existir en la Vía Láctea? 
Lo desconocemos, pero actualmente estamos dedicando grandes esfuerzos a averiguarlo.
 Queremos saber si nuestra galaxia está, en contra de lo que suponíamos hace unos pocos años, plagada de regiones masivas de formación estelar reciente.
 Queremos saber, en definitiva, si vivimos en el interior de una formidable máquina de hacer estrellas.


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