miércoles, 13 de julio de 2011

Un pueblo con nombre de...


Situado frente al letrero que indicaba los viajes en la parada de micros, un nómada buscando lugares al azar, le llamó la atención un destino en específico. 

Se trataba de un pueblo llamado “felicidad”, ubicado a muchos kilómetros de donde él se encontraba, pero a él no le importaba
 en absoluto, estaba dispuesto a recorrer tal distancia llevado
 por la intriga de saber el porqué de su extraño nombre.

El viaje fue el más duradero del que alguna vez hubiera recorrido 
y tal vez el más costoso. 

Pensaba durante aquel extenso viaje si acaso ese pueblo sería la utopía con la que constantemente soñaba:

 Grandes casas, bellos jardines, amplias calles, gente educada
y con buenas vestiduras, hermosos paisajes contemplados desde alguna montaña llena de abundante flora y fauna, 
además de respirar aire fresco y ser alimentado por exquisitos manjares; éstas y muchas más eran algunas exigencias que debía llegar a tener aquel pueblo para siquiera semejarse un poco al paraíso de sus sueños y eran el principal motivo por el cual no lo había encontrado aún, ya que siempre le encontraba
 un “pero” a cada lugar visitado, no obstante, este pueblo llamado curiosamente “felicidad” engendraba una duda en aquel viajero. 

¿Sería aquel pueblo lo que significaba su nombre? .

Al llegar a su destino, se encontraba completamente decepcionado, el tan añorado pueblo encajaba perfectamente en una de sus “peores pesadillas”, era tan simple y normal. 

En la entrada a aquel lejano lugar se podía visualizar un letrero, 
en el cual sobresaltaba la frase: 

“Bienvenidos a la felicidad”.

-¡Bah!, si esto es felicidad…

- murmuraba el viajero para sus adentros.

Pese a lo mucho que le desagradaba aquel lugar, 
el viajero se veía obligado a explorar esas tierras
 de tan llamativo nombre.

Pasó todo el día viendo lo que mas temía ver, pequeñas casas, jardines poco insinuados, calles estrechas e incomodas al caminar, pobladores dedicados a sus trabajos y familias, los cuales poseían
 un nivel de educación media que no llegaba a satisfacer
 la comodidad del exigente viajero, sus vestiduras eran sencillas 
y de baja calidad, nada comparado con grandes diseñadores
en otras partes del globo terráqueo.

Sentía una gran presión en su estómago, 
estaba hambriento pero no comería alimento alguno proveniente 
de aquel pueblo, era algo que simplemente le repugnaba.

Mientras el sol se escondía en el horizonte del atardecer,
 el viajero estaba exhausto de ver y sentir tanta conformidad
 por parte de aquella gente, no soportaba más, tenía que salir 
y no volver más a ese pueblo que decía llamarse felicidad.

-¡Que ridículo nombre!-
 pensó el viajero al tomar de nuevo el micro
 que lo llevaría a un “mejor lugar”…

Muchos años después, él ya anciano viajero se encontraba sentado, incapaz de moverse a causa de una extraña enfermedad en los huesos, reflexionaba sobre sus gloriosos días de aventurero, 
cuando viajaba de un lugar a otro buscando el paraíso de sus sueños.

Entre tanto, se acercó su hija ya adulta, 
y sentándose junto a su padre le pregunta.

-Padre, ¿Acaso existe la felicidad?

-Si, la felicidad si existe- respondió el padre un poco melancólico.

-Pero… ¿Cómo?, ¿Dónde?-
 preguntó la hija incrédula.

-Una vez viajé a ese pueblo- respondió el anciano.

La hija un poco desconcertada se preguntaba 
si su padre acaso había perdido la razón.

-Es un hermoso pueblo- prosiguió el padre- posee casas pequeñas
 pero con un inmenso calor de hogar, hay jardines de ilusión y los más hermosos paisajes de unión y esperanza.

 Es un maravilloso lugar, en donde puedes respirar el aire fresco
 de la amistad y consumir los más exquisitos manjares del amor… 

Lastimosamente hasta ahora lo vengo a entender
.- concluye entre suspiros aquel anciano. 

-Pero, ¡no existe un pueblo con tal nombre!- exclamó la hija.

-¡Claro que existe!, existe en cada uno de nosotros, existe a nuestro alrededor, solamente que segados por la terquedad no lo alcanzamos a notar…

 ¡Búscalo hija mía!,

Y cuando lo encuentres no olvides avisarme,
 para así juntos viajar a ese pueblo llamado felicidad.

La hija deslumbrada por las palabras de su padre,
 le dio las gracias en un fuerte abrazo y juntos pudieron experimentar la felicidad de observar el maravilloso atardecer 
de aquel día de enero.

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