viernes, 12 de agosto de 2011

Aquella mano de poker




Miraba incrédulo, transpiraba y sentía sus músculos temblar. 
“Que no se note”, se obligó. 
Aunque ya hacía unos minutos que las tenía frente a él, todavía no lo creía.

Levantó la vista y recorrió sus rostros con terror, 
viendo que los tres lo miraban con impaciencia;
 hasta creyó que uno de ellos tenía una pistola bajo el abrigo.

—Es hora, señor Poe, 
¿o desea que muramos de viejos?—dijo irritada Egaeus.

—No —dijo Edgar, y bajó las manos.
—¡No te puedo creer! 
—espetó Dupín golpeando la mesa—. 
El mal parido tiene poker de ases.

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