sábado, 13 de agosto de 2011

Convertirse en adulto.





José siempre sospechó que en las altas esferas paternas 
se les ocultaba algo a los que como él,
 formaban el feliz grupo de los pequeños de la casa. 
Lo notaba en todo y en nada a la vez. 

No sólo es que existieran silencios incómodos 
al abordar determinados temas en presencia de los mayores, 
sino que a éstos se les veía perder las risas cuando 
los críos invocaban inocentemente ciertos nombres, 
y se les torcían los gestos cuando los no iniciados 
preguntaban determinadas cosas.

 También se dio cuenta de que, con el paso del tiempo
 y sin previo aviso, 
todos sus hermanos entraban irremediablemente 
a formar parte de la anomalía silenciosa que sobrevenía 
a los miembros del clan 
a quienes se les desvelaba el secreto, 
y dejaban de ser las personas sensatas que hasta 
ese momento venían siendo. 

La cosa no parecía tener cura, por lo que José, 
de carácter retraído y naturaleza cobarde,
 optó por no pensar en ello, 
consiguiendo así tener una infancia 
y posteriormente una pubertad, 
relativamente hermosas.

Paco vivió más o menos feliz, 
hasta que se topó con el final del misterio al año 
y pico de cumplir los dieciocho, cuando ya casi había dado por sentado 
que todo aquel recelo por lo que estaba por venir,
 no era más que el fruto de sus delirios adolescentes.

 El encontronazo con la resolución del enigma, 
le vino en forma de papeleta del censo electoral, 
un documento acartonado de color gris, que le arruinó de golpe la vida.

Algunos años más tarde de aquel trágico suceso, 
estando una tarde intentando entender la radiante sonrisa de su hija Alba,
don José recordó como aquel día su padre le dio un par de golpecitos 
de consuelo en el hombro, mientras su madre, 
impotente al ver a su hijo convertirse en adulto, 
lloraba en la cocina a moco tendido.

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