lunes, 28 de noviembre de 2011

Tiempo en el aeropuerto...


El aeropuerto llega con retraso; olvido de combustibles y abordajes. 
El tiempo es el único que vuela sin servicio meteorológico,
 no despega la niebla, las horas están fuera de servicio,
 hay estacionamiento para los pasajeros sobre la pista de los asientos, facturamos el cuerpo en la Terminal del olvido donde nadie dice nada,
 sólo nos informa el silencio salvaje a las dos de la madrugada, 
algunos duermen en el suelo malheridos por los pies inquietos de niños
 y niñas. 

Pasan siete horas en una ciudad desconocida
para ella que se sienta a mi lado y me dice “Una tanda de risas”
 con su vestido azul y su acento, que es como mirar por la ventanilla del avión el azul del cielo, que es sólo tela, en un día donde sólo
 la tela puede levantar el vuelo. 

 Me divierto contando la respiración y el movimiento de sus manos,
 que juego con todo lo vacío como si fuera una ciudad de principios del XVIII, comunal y esclava, lo domino casi todo, sólo se me resiste el anochecer 
y el temblor sobre las rodillas de alguna pareja que sale movida en la foto, porque he perdido el pulso y el sueño. 

Ella inventa con el roller una almohada, 
un pedal nocturno hacia lo que no está despierto en el mundo, 
que se hace pequeño y oscuro en sus ojos pequeños y oscuros. 

Me pregunta si quiero dormir, le respondo: Ya estoy durmiendo.

 Así queda el aeropuerto, un gigantesco coche-cama compartido,
 un viaje sin movimientos ni carreteras ni espacios aéreos,
 sin llegadas ni salidas, sólo ese reloj que va y viene con sus manecillas, 
el cansancio que nos va doblando muy despacio, imperceptiblemente
 el cansancio tiene cuidado de que no nos demos demasiada cuenta y entra dentro de nosotros como las navajas pequeñas. 

El aeropuerto duerme, los aviones duermen, ella duerme 
y yo aún no he recuperado el pulso, ni la valija, ni el sueño.

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