jueves, 9 de febrero de 2012

Aquellos dos locos de mi calle.


Ni bien me instalé en mi nueva calle los descubrí. 

Hay quien detecta rápidamente los supermercados o los deliverys
 o los cajeros automáticos o las ferreterías. 

Yo descubro a los locos de cada barrio.

El de la derecha vive reparando el motor de su auto: 
anciano, barbudo, pelo largo pero limpio. 

Noté que siempre le habla a alguien que está en el interior de su casa. 

En seguida me di cuenta de que adentro no había nadie. 

Sólo lo acompañan media docena de gatos, pero…¡atención!

 Que el hombre es extremadamente limpio y no permite que se instale
 el clásico olor a orina de los gatos. 

Incluso les fabricó una casa de madera que está frente a la suya y que siempre, pero siempre, está inmaculadamente limpia. 

 El loco de la izquierda es menos loco. 
Es más, no sé si en verdad está loco. 

Pero es que instaló un lava autos en el medio de la cuadra. 

Tiene unos cincuenta baldes llenos de agua y, cuando alguien quiere dejar su vehículo impecable, confía en él. 

El problema es que cuando paso y no hay nadie me parece
 que murmura cosas para sí.

Y además está allí unas dieciocho horas al día. 
Si todavía no se chifló lo hará próximamente. 

Estos son los dos locos de una calle del barrio, 
el de la derecha y el de la izquierda.

En realidad, quizás no sean los únicos locos de esa calle.

Tal vez haya un tercer loco que los observa detenidamente
 y escribe acerca de ellos. 

Y les escribe porque le caen muy bien.
Quizá  también me escriba a mí. 

Le resultan humanos, muy humanos,
 y más cuerdos que la mayoría.

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