lunes, 20 de febrero de 2012

Bolitas de mercurio...


Una de las cosas que más nos gustaba hacer era romper termómetros. 
Para sacarles el mercurio. 

Metal líquido, un oxímoron surgido de la naturaleza pasada por la industria
 y la técnica.

 En el colegio aprendimos que el mercurio salía de una roca llamada cinabrio. 

Como si las piedras lo sudasen. 

También nos enseñaban que era una potencia mundial en su minería.

Aquellas bolitas líquidas y metálicas, bellas como perlas de algún mar remoto, con un destello frío en su errático rodar, y que no había cristiano que pudiera aferrarlas con los dedos, nos producían una extraña fascinación. 

Parecían tener vida propia, latir sordamente con su corazón de roca.

 Cuando ya las creías en tu poder, se te escabullían entre las yemas
 como demonios. 

Había que empujarlas con algo para meterlas en el vaso. 

Jugábamos con aquello sin sospechar que era una bomba de relojería.

 Hacíamos carreras con ellas soplando a través de una pajita 
para que rodaran. 

El que ganaba se apropiaba de una bolita del contrario.

 Así que cuando te quedabas sin bolitas había que robar otro termómetro
 en la farmacia. 

O simular que tenías fiebre y sacar el de casa como por accidente. 

Otras veces te las ponías en el cuenco de una mano, 
la rotabas levemente y te quedabas embobado mirando el movimiento.

 Era algo hipnótico. 

Podíamos pasar horas con aquella bagatela.
 Menos mal que no nos dio por tragárnoslas. 
Pudiera parecer un dislate eso de probar a qué sabían,
pero no hubiera sido tan raro dada nuestra ignorancia y osadía suicida
 y su aspecto de golosina elegante. 

Imagino que algún atisbo de sentido común nos impedía hacerlo.
 Aunque cosas más extrañas se nos ocurrían otras veces y alguna llevamos 
a cabo sin pensar ni mucho ni poco en las consecuencias.

Hace poco vi una película de espías donde asesinaban 
a uno inyectándole unas gotas de mercurio en el cerebro.

 El detective y el forense se tuvieron que emplear a fondo para solventar 
el misterio y atrapar al culpable.

Parece ser que no deja apenas rastro en el cadáver.

Tomo nota.

No hay comentarios: