Vemos en Génesis 22, que Dios pone a prueba la fe de Abraham ordenándole que tome a su hijo Isaac y lo sacrifique.
Presto a cumplir con el mandato divino, un ángel llama a Abraham y le indica que no le haga ningún daño al muchacho, porque con su obediencia
había demostrado su temor a Dios.
Hay quienes justifican esta conducta en que en aquel entonces,
en Canaán el rito del holocausto del primogénito era habitual,
pero desde el judaísmo se sostiene que este sacrificio
era meramente simbólico.
De modo que Abraham estaba dispuesto a matar a su hijo sabiendo que iba contra la naturaleza de las cosas, pero sólo por cumplir con el mandato de Dios.
Lo que me parece fantástico de este pasaje bíblico es que si uno en lugar de poner “Dios” coloca el nombre de su enemigo, la primera parte de la historia parece ajustarse mejor, ya que allí imperan el temor y la crueldad.
Hermes Trimegisto es un personaje mítico que asocia sincréticamente al dios egipcio Tot con el dios griego Hermes.
Pero hay pensadores que creen que Hermes Trimegisto fue contemporáneo de Abraham, y otros consideran incluso que Hermes y Abraham fueron la misma persona.
Me resulta curiosa esta asociación por esto que se le atribuye a Hermes Trimegisto: “Todo es doble, todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son medias verdades, todas las paradojas pueden reconciliarse” (Kybalion)
Esta última idea no me desagrada: Un Abraham que primero acepta sin dudar el mandato divino pero que luego, puesto a reflexionar, aprovechando sus casi dos siglos de vida, se haya planteado alguna vez, acaso como duda metódica, si al fin y al cabo, Dios y el Diablo no serían idénticos por naturaleza pero diferentes en grado.