Los individuos y las cosas existen en
cuanto participan de la especie que los incluye,
que es su realidad permanente
(J.L. Borges)
¿Qué es una realidad permanente?
Dice Schopenhauer:
“Quien me oiga asegurar que el gato gris que ahora juega, en el patio, es aquel mismo que brincaba y que traveseaba hace quinientos años, pensará de mí lo que quiera, pero locura más extraña es imaginar que fundamentalmente es otro”.
Y nos aclara: “la leonidad, considerada en el tiempo, es un león inmortal que se mantiene mediante la infinita reposición de los individuos”.
Dice Marco Aurelio en “Meditaciones”:
“Quien ha mirado lo presente ha mirado todas las cosas: las que ocurrieron en el insondable pasado, las que ocurrirán en el porvenir” (Marco Aurelio)
Y el gnóstico William Blake:
“Ver un mundo en un grano de arena y un cielo en una flor silvestre, tener el infinito en la palma de la mano y la Eternidad en una hora.”
Puede bastar con contemplar –sin pensar- uno de los videos más vistos sobre el fractal de Mandelbrot para comprender en un instante mágico, con el tipo de comprensión menos utilizado por el humano actual, a qué se refieren todos ellos (pueden mirarlo ahora, les espero aquí sin prisa).
Todos los gatos son el mismo gato si nos atenemos –siguiendo la ilustración de Schopenhauer- a una “gatidad” que permanece, similar al río heraclitiano en el que todo permanece y todo cambia al mismo tiempo.
¿Cómo podemos integrar estos opuestos en un mismo cocktail?
¿Cómo digerir este cocktail sin embriagar la razón?
Pues con varias herramientas.
Ojalá pueda aquí proporcionarles alguna que les sea útil.
Una de ellas sería la teoría del universo holográfico.
Si no saben de qué trata ni siquiera la fotografía holográfica, no teman porque es muy sencillo de entender: sólo tienen que pensar
en una imagen cualquiera reflejada en un espejo.
Si rompemos el espejo en mil añicos, cada uno de esos diminutos trocitos reflejará la misma imagen entera y no un trocito de ella.
Esto se debe a que la imagen no está ubicada en la superficie del espejo sino en otro lugar que la hace indivisible.
De modo análogo, los cromosomas contienen, plegada en el ADN, la información correspondiente al organismo entero.
Recién iniciado el s. XX, Hans Driesch (1867-1941), experimentó con embriones de erizo de mar. Al destruir varias de sus células, no nacía una parte proporcional de erizo, sino un erizo de mar entero.
Como resulta patente, esto apunta en la misma dirección que el ejemplo de los fragmentos de espejo: cada parte contiene al todo.
Volvamos ahora a ese gato de Schopenhauer:
el que vivió hace quinientos años y el que juega ahora en el patio son pequeños fragmentos de ese espejo y corresponden en realidad al mismo y único gato aunque lo que nuestros ojos perciban sean trocitos de ese gato crónico, inmutable, universal.
A ese único gato inmortal podemos llamarlo Gatidad,
y Gato a cada una de sus proyecciones (el gato de nuestro vecino, el gato que se nos murió hace poco, el gato con que nos cruzamos en un callejón). Krishnamurti habló en muchas ocasiones de lo nefasto de la fragmentación.
Otra herramienta para comprender una realidad permanente (pero cambiante) es observar ese ilustrativo video sobre la fractalidad que, a mi parecer, está íntimamente vinculada con la perspectiva holográfica: la parte contiene al todo y el todo a las partes.
¿Cómo es posible también esta paradoja?
¿Puede estar A dentro de B si B está dentro de A?
Naturalmente que sí, sólo hay que pensar en la esponja, que está en el mar,
y a la vez el mar dentro de la esponja.
Otra herramienta-ejemplo que puede ser útil: cuando se nos rompe un termómetro, se forman multitud de gotitas de mercurio. Apenas se las empuja cerca de sus vecinas, se funden instantáneamente con ellas, como si se hubieran echado de menos inconsolablemente durante eones de tiempo, agrupándose más y más entre sí hasta llegar a formar de nuevo un todo.
El que eran desde siempre y que un accidente fragmentó.
Anclada al tiempo y al espacio, sólo nuestra mente nos engaña presentándonos dividida una gran y entera realidad.
Posiblemente el ansia de fusión de dos amantes desnudos, la sensación de completud y dilución del “yo” en el todo, la reunión con Dios de los místicos o la identificación del chamán con su bosque tengan mucho que ver con (o sean distintas versiones de) una misma e inmutable tendencia de cuanto está vivo: el retorno a un inicio que la psicología actual traduce como ansia por aquel paraíso uterino donde todo comenzó.
¿Volverá a fragmentarse una vez logrado el Uno?
Y, aún más, ¿comenzó nuestro Yo realmente ahí?
Oigamos a Schopenhauer:
“Una infinita duración ha precedido a mi nacimiento,
¿qué fui yo mientras tanto?
Metafísicamente podría quizá contestarme:
“Yo siempre he sido yo; es decir, cuantos dijeron yo durante ese tiempo,
no eran otros que yo.”
Y a Spinoza: “Sub especie aeternitatis”
Y a tantos otros que no es necesario enunciar pues todos son parte de lo Único.