Un informe extraordinario financiado por la NASA y publicado hace menos de un año por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (NAS), advierte de las terribles consecuencias que podría tener para nuestra civilización la llegada de una tormenta solar a la Tierra.
Y hoy difundido por el Congreso Americano.
Y resulta que, según el citado informe, son precisamente las sociedades occidentales las que, durante las últimas décadas, han sembrado sin quererlo la semilla de su propia destrucción.
«Nos estamos acercando cada vez más hasta el borde de un posible desastre», asegura Daniel Baker, un experto en clima espacial de la Universidad de Colorado en Boulder y jefe del comité de la NASA que ha elaborado el informe.
¿Qué signos nos avisarían?
El cielo, de repente, aparece adornado con un gran manto de luces brillantes que oscilan como banderas al viento.
Da igual que no estemos cerca del Polo Norte, donde las auroras suelen ser comunes. Podría tratarse perfectamente de Nueva York, Madrid o Pekín.
Uno de los efectos secundarios de una tormenta así podrían ser auroras más cerca de los trópicos.
Pasados unos segundos, las bombillas empiezan a parpadear, como
si estuvieran a punto de fallar.
Después, por un breve instante, brillan con una intensidad inusitada…
y se apagan para siempre.
¿Qué instrumentos existen hoy para predecir y observar al Sol?
La NASA lanzó en febrero del 2010 desde Florida el Observatorio de Dinámica Solar (Solar Dynamics Observatory, SDO), una sonda que emprenderá «una misión sin precedentes» para proporcionar a los científicos los datos más extraordinarios y desconocidos sobre el comportamiento del Sol.
Durante cinco años, la sonda, equipada con unos extraordinarios telescopios, rastreará de forma incansable las manchas y llamaradas solares.
Su objetivo final es desentrañar, entre otros misterios, cómo el campo magnético de nuestra estrella afecta al resto de nuestro sistema solar.
El dúo de satélites norteamericanos Stereo tomará fotografías del sol en tres dimensiones, y ofrecerá información amplia sobre los estallidos solares en los próximos dos años.
La tormenta solar de 1859 estuvo precedida por la aparición en el Sol de un grupo numeroso de manchas solares cercanas al ecuador solar
¿Tenemos un sistema de alertas que nos avise a tiempo?
Los expertos de la NASA opinan que no.
Actualmente, las mejores indicaciones de una tormenta solar en camino proceden del satélite ACE (Advanced Composition Explorer).
La nave, lanzada en 1997, sigue una órbita solar que la mantiene siempre entre el Sol y la Tierra. Lo que significa que puede enviar (y envía) continuamente datos sobre la dirección y la velocidad de los vientos solares
y otras emisiones de partículas cargadas que tengan
como objetivo nuestro planeta.
ACE, pues, podría avisarnos de la inminente llegada de un chorro de plasma como el de 1859 con un adelanto de entre 15 y 45 minutos.
Y en teoría, 15 minutos es el tiempo que necesita una compañía eléctrica para prepararse ante una situación de emergencia.
Sin embargo, el estudio de los datos obtenidos durante el evento Carrington muestran que la eyección de masa coronal de 1859 tardó bastante menos de 15 minutos en recorrer la distancia que hay desde el ACE hasta la Tierra.
¿Según las previsiones científicas, cuándo se espera que ocurra?
Según el informe, podría ocurrir mucho antes de lo que nadie imagina.
La «tormenta solar perfecta», de hecho, podría tener lugar durante la primavera o el otoño de un año con alta actividad solar.
Y es precisamente en esos periodos, cerca de los equinoccios, cuando serían más dañinas para nosotros, ya que es entonces cuando la orientación del campo magnético terrestre (el escudo que nos proteje de los vientos solares), es más vulnerable a los bombardeos de plasma solar.
El cielo, de repente, aparece adornado con un gran manto de luces brillantes que oscilan como banderas al viento.
La energía liberada por el sol provocará la aparición de auroras como la acontecida en 1859 que llegaba del sur hasta el Caribe.
¿Qué consecuencias tendría?
Un reporte de la NASA, “Severe Space Weather Events—Societal and Economic Impacts”, indica que tanto los sistemas eléctricos, la navegación GPS,
el transporte áerero, los sistemas financieros y las comunicaciones de emergencia por radio serían interrumpidos.
El informe subraya la existencia de dos grandes problemas de fondo:
El primero es que las modernas redes eléctricas, diseñadas para operar
a voltajes muy altos sobre áreas geográficas muy extensas, resultan especialmente vulnerables a esta clase de tormentas procedentes del Sol.
El segundo problema es la interdependencia de estas centrales con los sistemas básicos que garantizan nuestras vidas, como suministro de agua, tratamiento de aguas residuales, transporte de alimentos y mercancías, mercados financieros, red de telecomunicaciones…
Muchos aspectos cruciales de nuestra existencia dependen de que no falle el suministro de energía eléctrica.
Ni agua ni transporte:
irónicamente, y justo al revés de lo que sucede con la mayor parte de los desastres naturales, éste afectaría mucho más a las sociedades más ricas
y tecnológicas, y mucho menos a las que se encuentran en vías de desarrollo.
Lo primero que escasearía sería el agua potable.
Las personas que vivieran en un apartamento alto serían las primeras en quedarse sin agua, ya que no funcionarían las bombas encargadas de impulsarla a los pisos superiores de los edificios.
Todos los demás tardarían un día en quedarse sin agua, ya que sin electricidad, una vez se consumiera la de las tuberías, sería imposible bombearla desde pantanos y depósitos.
También dejaría de haber transporte eléctrico.
Ni trenes, ni metro, lo que dejaría inmovilizadas a millones de personas,
y estrangularía una de las principales vías de suministro de alimentos
y mercancías a las grandes ciudades.
Los grandes hospitales, con sus generadores, podrían seguir dando servicio durante cerca de 72 horas.
Después de eso, adiós a la medicina moderna.
Y la situación, además, no mejoraría durante meses, quizás años enteros,
ya que los transformadores quemados no pueden ser reparados, sólo sustituidos por otros nuevos.
Y el número de transformadores de reserva es muy limitado, así como los equipos especializados que se encargan de instalarlos, una tarea que lleva cerca de una semana de trabajo intensivo.
Una vez agotados, habría que fabricar todos los demás, y el actual proceso de fabricación de un transformador eléctrico dura casi un año completo.
Sin calefacción ni refrigeración, la gente empezaría a morir
en cuestión de días.
El informe calcula que lo mismo sucedería con los oleoductos de gas natural y combustible, que necesitan energía eléctrica para funcionar.
Y en cuanto a las centrales de carbón, quemarían sus reservas de combustible en menos de treinta días. Unas reservas que, al estar paralizado el transporte por la falta de combustible, no podrían ser sustituidas.
Y tampoco las centrales nucleares serían una solución, ya que están programadas para desconectarse automáticamente en cuanto se produzca una avería importante el las redes eléctricas y no volver a funcionar hasta que la electricidad se restablezca.
Sin calefacción ni refrigeración, la gente empezaría a morir
en cuestión de días. Entre las primeras víctimas, todas aquellas personas cuya vida dependa de un tratamiento médico o del suministro regular de sustancias como la insulina.
¿Existen precedentes?
Nuestras redes eléctricas no están diseñadas para resistir esta clase de súbitas embestidas energéticas.
Y que a nadie le quepa duda de que esas embestidas se producen
con cierta regularidad.
Desde que somos capaces de realizar medidas, la peor tormenta solar de todos los tiempos se produjo el 2 de septiembre de 1859.
Conocida como «El evento Carrington», por el astrónomo británico que lo midió, causó el colapso de las mayores redes mundiales de telégrafos.
Se sucedieron 9 días de severo clima espacial; auroras fueron vistas hasta en latitudes ecuatoriales; el evento fue descrito como “ la primera vez en la que el hombre comprobó que no estaba solo en el universo” y como “el nacimiento de la astronomía moderna”.
En aquella época, la energía eléctrica apenas si empezaba a utilizarse, por lo que los efectos de la tormenta casi no afectaron a la vida de los ciudadanos. Pero resultan inimaginables los daños que podrían producirse en nuestra forma de vida si un hecho así sucediera en la actualidad.
De hecho, y según el análisis de la NASA, millones de personas en todo el mundo no lograrían sobrevivir.
En ese entonces fue solamente un espertáculo transceleste inigualable, o una experiencia mística para los observadores, hoy en día con nuestro andamiaje eléctrico esto podría ser una tragedia.
15 minutos es el tiempo que necesita una compañía eléctrica para prepararse ante una situación de emergencia; el tiempo exacto que toma para llegar a nosotros el primer impacto desde el Sol.
¿Qué podemos hacer en caso de que ocurriese algo así?
Es importante plantearse varios escenarios teniendo en cuenta que es posible que no haya electricidad.
Si no hay electricidad no habrá luz, ni calefacción, ni gas, ni comunicaciones, ni electricidad para electrodomésticos y aparatos varios,
no habrá agua ni comida.
A partir de aquí, hay que plantearse la necesidad de adquirir comida y agua para poder sobrevivir, al menos, durante el tiempo
que se restablezca el orden.
Recomendaciones:
1.- Estar al tanto de lo que ocurre con la actividad solar
(Space Weather & Space Weather Prediction Center).
2.- Guardar comida en lata o conservas que caduque de 2 a 3 años vista, para varios meses hasta que se reestablezca el orden.
3.- Localizar agua potable o no, encontrar sistemas para purificarla.
Otra manera es poder guardar el agua de lluvia en bidones, sobretodo si se vive fuera de la ciudad.
4.- Buscar sistemas de energía alternativos
(solar, eólica, magnética, butano, etc.).
5.- Tener presente que las ciudades serán un caos, y por tanto será necesario salir de ellas e identificar lugares en el campo donde haya agricultura y agua para acudir y alojarse.
6.- Tener medios de transporte como bicicletas para poderse mover si no funcionan los coches.
7.- Investigar cómo proteger los aparatos eléctricos importantes y útiles creando cajas de Faraday bajo tierra, para cuando pase la tormenta.
8.- Equiparse con material de supervivencia básico.
Conclusión:
La tormenta solar de 1859 fue la más potente tormenta solar registrada en la historia. A partir del 28 de agosto, se observaron auroras que llegaba del sur hasta el Caribe, aumentando su intensidad el 1 y 2 de septiembre.
La misma fue precedida por la aparición en el Sol de un grupo numeroso de manchas solares cercanas al ecuador solar, de una magnitud tan grande que se podían ver a simple vista con una protección adecuada.
La intensa fulguración de 1859 liberó dos eyecciones de materia coronal: la primera tardó entre 40 y 60 horas para llegar a la Tierra (tiempo habitual) mientras la segunda, liberada por el Sol antes de que se llenase el vacío dejado por la primera, solamente tardó unas 17 horas para llegar a la Tierra.
Se liberó una gran cantidad de energía, que comenzó a interrumpir las comunicaciones telegráficas y formar auroras boreales, hasta pasados uno
o dos días, en que, una vez que el plasma pasó más allá de la Tierra, dejó que el campo magnético de la Tierra volviese a la normalidad.
Las temperaturas registradas señalan un aproximado
de 50 millones de grados kelvin.
Al momento del impacto con la Tierra la magnetosfera terrestre que suele estar a unos 60.000 km de la Tierra fue comprimido hasta llegar a unos
7.000, hasta alcanzar la estratosfera.
Esto provocó la desaparición temporal del cinturón de radiación de Van Allen permitiendo que una gran cantidad de protones y electrones con energías de 30 millones de electronvolt, lo que hizo que estas partículas entrasen, reduciendo el ozono estratosférico en un 5%, y que tardó unos 4 años para recuperar lo que se había perdido. Una gran "lluvia" de neutrones pudo abarcar la superficie de la Tierra, pero, debido a que en aquel tiempo no había detectores, no se pudo registrar, y parece no tuvo consecuencias para la salud.