lunes, 12 de noviembre de 2012

En la pausa... aquel espectro.


Masas de color como animales lentos.
 Suaves gradaciones de luminosidad levemente herrumbrada. 
Texturas evanescentes. Vegetal alter-vida.
El fantasma nace en los espacios de transición, encrucijadas, umbrales,
 la parte más delgada de las nieblas cromáticas. 
El lugar donde el color se difumina y empieza a ser otro, sin llegar a serlo,
 la morosa transmutación de un ritmo o un aura, marcan el íntimo designio
 de la lógica espectral. 
El fantasma nace en los intersticios, en el "entre" que brota, mengua, crece,
 se remansa. Con su ternura intacta. Con su avidez impredecible.
La lógica del espectro nos dice que nosotros también somos seres sin contornos, brumas difusas en la vaga materia sentimental que nos conforma. 
Transeúntes que avanzan, un poco ebrios, un poco locos, ignorantes siempre,
 de una gradación de colores a otra, esperando encarnarnos.
Todo ello es sin fruto. Dar, darse, es sin fruto. 
Por desgracia. Haría falta otro mundo, otra vida, para que eso fuera posible.