
Era un universo paralelo al nuestro,
allí las palabras tenían la fuerza soñada
por los alquimistas.
Llegaban a pesar más que la masa y no era raro ver a los parabolenses fatigados de cargar todo lo que de sus bocas salía, o por el contrario,
volar muy lejos a mundos de fantasía que nosotros
no podemos siquiera imaginar.
Se veían viejos de caminar lento como pago de una sentencia por hablar
a la ligera y otros sentados por ahí, como niños que habitan un mundo
de inefables fantasías.
Fue justo después de un terremoto en 421 a.c que el orden de los mundos
se invirtió y llegó a nuestro planeta tan singular característica del discurso,
en adelante y con la complicidad de nuestro desconocimiento,
todas la explicaciones que los terrícolas hacíamos alteraban
el orden del universo.
Así tuvimos dios, alma, verdad y virtud.
Así empezamos a caminar con los pies sobre la tierra.
Ni hablar del mareo ocasionado el día en que ella se vio forzada a girar alrededor del sol o cuando tuvo que golpearse para limar sus puntas cuadradas.
Tal poder en las palabras se mantiene, la humanidad sólo tuvo que escribirlas
y guardarlas bien entre pastas duras, ordenadores y artefactos tecnólogicos
para que hicieran de las suyas.
De vez en cuando, dejamos que una historia sea mundo en nuestras cabezas
y que nos hagan caminar lento o habitar mundos de fantasías inimaginables.