
"Temprano madrugó la madrugada"
señalaba la primera fogata del alba mientras se iluminaba
el amito que cubría tu cuello.
El rodal de las llamas que empleaste en la ceremonia ritual dejó
un pleonasmo instintivo.
El regalo gratis con el que renuncié a la desazón nocturna tonificó la ducha
de la mañana, alentando al cuerpo hasta convertirse en testigo presencial
de la carencia de soledad.
Ante la réplica exacta de aquel cuento, para mí tus ojos entreabiertos volaron
en el aire alcanzado la primeras capas de la tropopausa de tu "desnudo auroral", próxima a la fusión terapéutica que como una constelación de estrellas
se precipitan contra nuestros cuerpos.
Y ahí llegas, de la mano del amanecer, con la sorpresa inesperada de que todo se vuelve a repetir, en voz baja y con una sonrisa en tus labios...