Desde que estaba en la facultad siempre me pareció atractivo el pragmatismo. Me parecía muy interesante su marcada postura antimetafísica que hacía
a los pragmatistas prescindir del problemático concepto de verdad en su sentido trascendental, realista o esencialista (la verdad consiste en captar, abstraer, intuir una esencia o un universal absoluto) cambiándolo por el de utilidad.
Así, una teoría científica no es más verdadera que otra rival en una carrera
por alcanzar una supuesta verdad final sino, simplemente, tiene más éxito según una serie de parámetros que definimos previamente (más predictiva, más elegante, más acorde con nuestras creencias anteriores o más eficaz a la hora de solucionar un determinado problema).
Así también nos quitamos de encima no sólo la verdad sino a molestos familiares suyos como la “verosimilitud” o la “aproximación progresiva a la verdad”
que tantos quebraderos de cabeza dieron a Popper.
El pragmatismo es metafísicamente muy cómodo.
Además, las tesis ontológicas en las que se basa también son interesantes.
No parte de un mundo de objetos, sustancias, propiedades o esencias sino que suele centrarse en una determinada teoría de la acción (por no decir que no tiene a priori compromiso ontológico alguno: la ontología
elegida dependerá de su utilidad).
Para el pragmatismo hay sucesos problemáticos que tenemos que solucionar
y nuestras teorías son acciones, respuestas ante estos problemas.
Nuestras teorías no son entidades extrañas (y ontológicamente muy problemáticas) que existen en el mundo de las ideas o en el mundo 3 de Popper, sino que son acciones (al igual que andamos o hablamos, teorizamos), instrumentos para solucionar problemas como si fueran destornilladores, martillos o alicates que sólo pueden ser descritas por su actuación
a la hora de montar un armario.
Además, el pragmatismo parece la consecuencia lógica de la filosofía analítica ante el fracaso del verificacionismo del Círculo de Viena o del falsacionismo
de Popper y la llegada del segundo Wittgenstein.
El pragmatismo se lleva muy bien con las Investigaciones Filosóficas del vienés
y su teoría de los juegos del lenguaje.
El significado de una expresión lingüística no está en su referencia a la realidad, sino en su uso, en seguir las reglas de un determinado juego prefijadas culturalmente (o vitálmente, según el historiador de la filosofía que hable).
El lenguaje se entiende en su actuación y no como algo abstracto o separado de la realidad ordinaria. Fieles seguidores suyos, Austin escribe Cómo hacer cosas con palabras o Searle Actos de habla.
Los pensadores más populares de la última época analítica,
como Putnam o Quine, serán pragmatistas.
Sin embargo, a pesar de sus virtudes, podemos ver ciertos problemas.
Si cambiamos verdad por utilidad tenemos que tener en cuenta que algo que
es útil es siempre “útil para”, es decir, es un medio para conseguir
un fin determinado.
Entonces tenemos que explicar ese fin que queremos conseguir y si ese fin,
de nuevo, lo definimos por su utilidad caemos en una regresión ad infinitum.
Por ejemplo, un tenedor es útil para trinchar un filete pero debemos preguntarnos para qué queremos trinchar un filete.
Es necesario cortar la cadena de utilidades en algo que sea un fin en sí mismo, algo deseable no por su utilidad sino porque sea bueno de por sí.
Del mismo modo el pragmatismo puede tener consecuencias
éticas muy peligrosas.
Si partimos de la idea de que hay que bajar el índice de desempleo,
la solución final de Himmler podría ser, pragmáticamente hablando,
una solución muy eficiente.
Cuando leí la serie de conferencias de William James publicadas en Alianza bajo el título Pragmatismo quedé bastante decepcionado
y no volví a plantearme esta corriente seriamente.
Empero, a día de hoy, comienza a interesarme de nuevo.
Me gusta su perspectiva ontológica porque creo que sería posible salvar la tesis objetivista (que defiendo fuertemente) de que existe un mundo exterior diferente a mí y que no todas las teorías acerca de la realidad tienen la misma validez siendo relatos literarios o construcciones estrictamente culturales,
sin caer en posturas realistas que tienen que apelar a la metafísica para subsistir (el realismo platónico).
El pragmatismo postura una relación gnoseológica diferente con la realidad: conocer no es captar algo de lo real y meterlo en el entendimiento, no es un acto diferente, especial, sino una forma más de interactuar con el mundo.
Me parece una propuesta interesante. ¿Qué les parece?

Pragmatismo: percepción útil
1. Cuando percibimos un objeto solemos decir que observamos en él propiedades. Percibimos, por ejemplo, el color y decimos, sin aparente problemática, que el color es una propiedad del objeto que nosotros observamos. Nuestra explicación no suele ir más allá.
Los colores están allí, como si Dios los hubiera puesto para que nosotros
los percibiéramos y nos maravilláramos ante la belleza de su magna obra.
¿Cuál es la función del color? ¿Por qué percibimos colores y no cualquier otra cosa imaginable? Nuestra explicación no sigue: los colores están allí y punto. Miremos de otro modo: según la psicología evolucionista todo rasgo fenotípico
es una adaptación al medio.
El ojo es fácilmente reconocible como una poderosa adaptación.
Pero, ¿qué percibe el ojo? ¿La realidad en cuanto a tal o indicadores
útiles para realizar su función?
Parece más eficiente percibir solo lo necesario para la supervivencia.
Lo percibido entonces no tiene por qué ser real, sino sólo un indicador,
algo solamente útil para cumplir una función.
Aquí es donde los psicólogos evolucionistas se meten en problemas queriendo conectar rápidamente el objeto a explicar y la eficacia biológica:
¿qué tiene que ver percibir el rojo con la supervivencia de los más aptos?
Intentar responder a esta pregunta puede llevar a respuestas demasiado arriesgadas y especulativas tal y como haríamos si quisiéramos explicar
la función “volar” de un avión únicamente a partir de la tuerca
de una de sus ruedas.
Conectar el color con el sexo es complicado y requiere mucha imaginación.
Sin embargo, la cuestión puede plantearse mejor si metemos entidades intermedias entre el color y la eficacia biológica: ¿y si el color es un rasgo, epifenómeno, efecto colateral, parte integrante, exaptación, rudimento, etc.
de un sistema que sí tiene eficacia biológica?
La explicación puede mejorar.
2. El pragmatismo (cierta versión de él) define cualquier propiedad en los siguientes términos: oportunidad de acción o disposición conductual.
El color está allí como un indicador para realizar cualquier acción,
como una especie de posibilidad.
Nótese la diferencia crucial en el plano ontológico: las cosas son posibilidades no entes substantivos, no “objetos materiales” tal y como solemos entenderlos.
Las cosas son utilidades, son útiles para, sólo existentes en la medida en que son piezas de un sistema al que sirven. Encuadremos esto en una teoría de la acción y pongamos un ejemplo. Observamos un objeto rojo.
El color rojo y las dimensiones del objeto no “están ahí” sino que son partes, secuencias, funciones, posibilidades, ocasiones de nuestra acción.
Si el objeto que percibimos es, por ejemplo, una manzana roja, de hecho no solo percibimos su color y volúmenes, sino que tenemos un montón
de conocimiento más.
Tenemos expectativas (la manzana no se mueve por si misma, no va a echar a volar ni me va a escupir veneno) y tenemos un montón de “propiedades pragmáticas”: la manzana es “agarrable”, es “mordible”, “saboreable”, “pateable”, etc.
Si pensamos que, en el fondo, TODO el conocimiento de la manzana son propiedades pragmáticas (aunque no veamos en principio la utilidad de muchas de ellas) el mundo cambia completamente. Invito al lector a que mire a su alrededor e intente entender lo que percibe de modo pragmático: los colores,
las formas… todo entendiéndose como parte de una acción.
Es una revolución que obliga a repensarlo todo.
3.Tenemos un robot que está diseñado para alcanzar la salida de una habitación esquivando objetos. Para ello dispone de un sonar que le informa de la distancia de la que está cada objeto de él.
¿Qué es lo que realmente percibe el robot del mundo exterior?
La distancia podríamos decir. No, la distancia es fruto de un cálculo posterior. Pues entonces percibe el ultrasonido que lanza el sonar en su regreso.
Tampoco, el ultrasonido lo ha producido él, no es algo fruto de la realidad externa. Lo que realmente percibe es el lapso de tiempo que va desde que lanza el ultrasonido hasta que éste vuelve a su receptor.
A partir de aquí, en función de la velocidad del ultrasonido y del tiempo de retorno, calcula la distancia. Estrictamente, percibe lapsos de tiempo y procesa (piensa, computa) distancias. No percibe ni colores ni sonidos
ni nada más que lapsos de tiempo.
Su mundo es ciego y sordo.
Pero, aún más lejos: ¿existen realmente esos lapsos de tiempo como
“entidades reales fuera de él”?
NO. Es decir, nuestro robot no percibe ninguna propiedad del mundo exterior, sólo cronometra tiempos. Ni se representa la realidad ni la percibe realmente, sólo tiene una relación pragmática que, curiosamente, le permite interactuar
con ella de forma satisfactoria en función de un propósito.
Sin embargo, esto no debe llevarnos a pensar que la realidad en la que “vive”
es una construcción creada por él, algo plenamente subjetivo o idealista.
Nuestro robot no está encerrado en el solipsismo cartesiano.
Su relación con el mundo no es arbitraria pues esos lapsos de tiempo “inexistentes” que percibe no son fruto del azar, sino que son fruto de una RELACIÓN REAL entre el sonar y los objetos de la sala.
Si esa relación no tuviera conexión alguna con la realidad, nuestro robot se estrellaría, pero en la medida en que cumple su misión, tiene éxito en ella, verifica, demuestra que su “visión de la realidad” es correcta.
En este sentido hay una relación pragmática, no representativa con la realidad. Conocer, para nuestro robot, no es tener un mapa de la realidad que un homúnculo interno visualiza, sino actuar en el mundo, relacionarse con él. Percibir, conocer es actuar.