A los padres de la teoría del Big Bang y a muchos otros cosmólogos no les gustaba el término, pero se impuso a 13.000 propuestas alternativas
Arno Penzias y Robert Wilson junto a la antena con la que escucharon el eco
del Big Bang / Bell Labs
George Gamow fue un hombre genial.
Pocos científicos pueden presumir de haber realizado aportaciones relevantes al conocimiento en campos tan diversos como la estructura del ADN o el origen del universo. Sin embargo, no parecía muy hábil para bautizar a sus propias creaciones.
Su aportación más relevante fue, probablemente, la idea de la evolución del universo a partir del Big Bang, uno de los conceptos científicos más populares que existen.
Sin embargo, a Gamow le disgustaba ese nombre y nunca lo utilizó.
Prefería llamar a su planteamiento por apelativos como “teoría del desequilibro de la formación de núcleos”, “teoría de la evolución relativista” o “hipótesis del comienzo”.
Como cuenta Helge Kragh, historiador de la ciencia de la Universidad de Aarhus (Dinamarca),en un artículo publicado en Arxiv en el que revisa el bautismo y la consolidación del concepto, quien dio nombre a esta idea revolucionaria no fue uno de sus creadores sino alguien que la rechazaba. En marzo de 1949, el físico y matemático británico Fred Hoyle dio una charla de 20 minutos en la BBC sobre la nueva teoría cosmológica propuesta por Gamow y el cura belga Georges Lemaître.
A Hoyle le parecía aberrante la idea de un universo con un origen en un tiempo determinado y defendía un cosmos estático, que siempre fue y siempre será, en el que la materia se crea lenta y constantemente.
Frente a este planteamiento, para él más razonable, contraponía unas teorías basadas en la “hipótesis de que toda la materia del universo fue creada en un gran estallido
(“big bang”) en un momento particular en el tiempo en un pasado remoto”.
Durante la charla, repitió el nombre tres veces –dicen las malas lenguas que con ánimo despectivo- creando así este nuevo término cosmológico.
Hawking fue el primero que lo utilizó en el título de un artículo científico
Aunque sea probablemente Gamow quien mejor la concretó, la idea de un universo que se infló a partir de un cosmos ultraconcentrado ya rondaba en la literatura científica desde 1922. El ruso Alexander Friedmann, al que algunos consideran el abuelo del Big Bang, demostró en 1922 que los planteamientos de Einstein sobre la naturaleza del cosmos podían llevar a concluir que el universo se expandía. Friedman llegó a hablar incluso de un tiempo, en el origen de la creación del mundo, en el que el universo estaba concentrado en un punto de volumen cero.
Cinco años después, Lemaître llegó de forma independiente a la misma conclusión: el universo se expandía. Y no tuvo reparo en concretar el significado de esa idea.
Un astrofísico al servicio de Dios
En una breve carta, entre poética, filosófica y científica, publicada en Nature el 9 de mayo de 1931, Lemaître sugirió por primera que el universo apareció a partir de la explosión de un punto de volumen infinitamente pequeño y gravedad infinitamente grande. “Podemos concebir el comienzo del universo en la forma de un único átomo”, escribió. Según explica Kragh, el físico belga comparó aquel estado original del cosmos con un gigantesco núcleo atómico. Después, un proceso de desintegración nuclear, como el que puede afectar al uranio o al plutonio, pero de dimensiones extraordinarias, provocó la aparición de un universo con la riqueza de elementos que hoy conocemos.
El cura belga George Lemaître dando una conferencia en la Universidad de Lovaina en los años 30 /
Lemaître se refería a aquel protouniverso como “el átomo primitivo” o “el huevo cósmico”, un objeto inmutable, falto de cualidades físicas. El científico nunca planteó una hipótesis sobre su origen, pero Kragh afirma que, “hay pocas dudas sobre que Lemaître, que era un sacerdote católico, creía que había sido creado por Dios”.
Ni la teoría ni el nombre que el belga le puso tuvieron demasiado éxito y la idea fue ignorada o rechazada como un planteamiento especulativo sin pruebas que lo sustentasen. Sin embargo, la idea del átomo primigenio fue recibida con gran interés por la prensa generalista y en años sucesivos, en particular tras la explosión de la bomba atómica sobre Japón, la idea de un universo creado a partir de un estallido nuclear prendió en la sociedad de la guerra fría.
La evidencia que dio el soporte definitivo al Big Bang se obtuvo de chiripa
Pese a la popularidad del término, su presencia en la literatura científica fue muy escasa hasta los años 70, incluso después de que dos físicos que trabajaban en los Laboratorios Bell, en Nueva Jersey (EEUU), confirmasen por accidente las teorías de Gamow y Lemaître. Mientras se afanaban en el desarrollo de una nueva antena, Robert Wilson y Arno Penzias descubrieron una señal de radio que permeaba todo el espacio y de la que no eran capaces de identificar el origen. Habían descubierto el fondo cósmico de microondas, una especie de eco radiactivo del estallido primigenio que ya habían predicho en 1948 Ralph Alpher y Robert Herman, dos colaboradores de Gamow.
Según Kragh, el primer artículo con la palabra “Big Bang” en el título fue uno firmado por Stephen Hawking sobre el origen del helio del cosmos. Casi una década después, ya en 1973, en Gravitation, un libro que se considera la biblia de la Relatividad General, Kip Thorne, John Wheeler y Charles Misner hablaban de modelo estándar del Big Bang caliente introduciendo el término en el canon científico casi dos décadas después de que Hoyle lo acuñase durante su charla en la BBC.A muchos cosmólogos les disgusta el apelativo de Big Bang para referirse al inicio del universo. “En parte”, apunta Kragh “porque Big Bang evoca imágenes de un evento primordial en forma de explosión hay acuerdo en que es un nombre poco apropiado porque causa más confusión que claridad”. “Desde luego sucede así en la enseñanza de la ciencia donde los estudios muestran que los estudiantes tienden a asociar el Big Bang con una explosión de materia prexistente que se esparcía por el espacio vacío [en lugar de un universo ultraconcentrado que se infla o se expande rápidamente]”, añade.En una entrevista de 1968, poco antes de morir, Gamow reconoció el hecho de que en el imaginario popular su nombre y el Big Bang eran prácticamente sinónimos. Pero no le gustaba. “No me gusta la palabra.
No lo llamo Big Bang porque es como un cliché. Esto fue inventado por cosmólogos del estado estacionario. Lo llaman gran estallido o bola de fuego y no tiene nada que ver con eso. Nada que ver con la bola de fuego de la bomba atómica”, aseveraba.Pese a tantas reticencias, como dijo Fred Hoyle en una entrevista en 1995, “las palabras son como arpones, una vez que han entrado, son difíciles de sacar”.
Dos años antes, la revista de astronomía Sky and Telescope había organizado un concurso para rebautizar la teoría. Llegaron 13.099 sugerencias desde 41 países, pero el jurado de expertos, en el que había luminarias como Carl Sagan, decidió que ninguna de ellas merecía sustituir al denostado Big Bang.