Se apoya en un guardarraíl, cerca de la entrada de la autopista.
Tiene una bolsa a los pies. Su pelo de color plata, corto y muy liso se lía con el aire.
Cuando la miro, me mira, y me detengo a pocos metros de ella.
Regreso a sus ojos y ahí siguen. Miro hacia los lados y echo una ojeada al retrovisor,
al más puro estilo IP (Investigador Privado), o eso imagino.
Detrás, no hay más que la bandera lunar izándose, sin asta ni cuerda,
en un cielo desnudo. Entro la primera.
Vista de cerca es un fragmento de mar en calma (esa es la imagen que me viene a la cabeza todas las veces, después de nuestro encuentro, que intento recordar su cara).
Su falda, recogida entre los muslos, es bonita.
Sentado encima de ella, descansa plácidamente, un afortunado bolso. "¿Cuántos años tienes?"
Es la pregunta que se me ocurre en primer lugar, parece tan niña,
pero tomo la que llega en segunda posición.
- Si quieres, puedo llevarte - le digo con escasa fe en mis posibilidades, mientras percibo, siguiendo la dirección de su mirada, que estoy acariciando el depósito de la moto.
Dejarla me viene de paso. Le doy un casco y pongo en su lugar la bolsa de viaje
y el bolso que, visto por el otro lado, tiene un nombre italiano que evoca algo inaprensible
para mi, en ese momento.
Antes de arrancar, me pide si puede poner las manos debajo de mi chaqueta y para mostrar
lo frías que le han quedado, me cubre las mejillas con ambas palmas.
De golpe, un viento austral (conocido también como viento de la locura, del diablo,
de los furiosos cincuenta, etc.) empieza a zigzaguear por mis venas, y las neuronas, atrayendo relámpagos como la máquina infernal de Tesla, se desbocan.
Todas las versiones de las leyendas urbanas de muertos que hacen autoestop
y suben a los automóviles hasta el lugar donde se accidentaron para luego desaparecer,
entran a chorro en mi mente.
Ya convertido en zombi, pierdo de vista el mundo real y el tiempo se embarulla.
A partir de aquí, no recuerdo la cronología exacta de los hechos: recoger el tique de la autopista, la alocada bocina de un monstruo blanco rugiendo detrás de nosotros, oírla a ella comentar
lo grande que se veía la luna y mi absurda respuesta "el viento la habrá acercado".
Sí sé, de esto estoy completamente seguro, que cuando se rió sin sonidos,
sobre Mi espalda, sus manos se colaron ligeras por debajo de Mi chaqueta,
se enredaron con Mi jersey y lo empujaron hasta llegar a tocar la camisa, casi Mi piel.
De nuevo, la carretera estaba allí delante, perfectamente alineada,
y la moto cantaba como los ángeles.
El monstruo blanco nos adelantó chillando
y levantando el dedo medio.
Si ella es un fantasma, pensé, solo espero que no desaparezca.