miércoles, 27 de marzo de 2013

Breves no tan breves... La verdad de una teoría.


—La verdad de una teoría —dijo Albert Einseten pasándose la mano por el cabello— nunca puede ser probada, porque no se sabe si alguna experiencia futura no entrará en contradicción con sus conclusiones.
Alexis Zorba se retorció la punta del bigote con los dedos antes de hablar, y cuando habló fue lapidario: —Querido amigo, la verdad de las teorías no valen lo que un paso de baile cuando la música del santuri se te mete en las venas. 
El universo necesita más Zorbas y menos teorías. 
—Y refrendando lo dicho con un hecho apuró el vaso de ouzo y me hizo una seña para que le sirviera otro—. He jugado y perdido varias fortunas; 
he amado y abandonado a cientos de mujeres;
 he sufrido y gozado como pocos hombres. ¿Teorías? ¡Por favor!
Estábamos desde hacía una semana en la taberna Jamaica que Alfred Hitchcock, el rubicundo ex pirata, veterano de mil aventuras bizarras, le había comprado a Bob Marley por una suma ridícula. A mi lado, mientras Zorba y Einstein debatían sus espinosos temas filosóficos en presencia de un silencioso Baruch Spinoza, Gregor Samsa (ya recuperado de su penosa dolencia), y Johannes Brahms jugaban a los dados.
 Era evidente que, una vez más, los polemistas no iban a llegar a ninguna parte, 
pero eso no los amilanaba.
—¡Full servido! —exclamó Samsa.
—¡Maldito seas! —bramó el músico—.
 Ni que tuvieras al altísimo de tu lado.
Todos hicimos silencio. La invocación no podía ser tomada a la ligera. 
Y el silencio se transformó en una densa masa de jalea negra que no parecía tener el menor apuro en disolverse.
—Háganse cargo de sus dichos —dijo Hitchcock finalmente. 
Señaló hacia arriba con el dedo y una voz de trueno estalló, haciéndole eco.
—¡Voy para allá! —bramó la voz—. Termino con un par de asuntos y bajo.
—¡Por favor, a los dados no! —gimió Einstein.
—¿Qué le dije acerca de las teorías? —se burló el griego—.
 ¿No era que el barbudo no jugaba a los dados?
—Con el universo —replicó el físico, recomponiendo el discurso, pero preocupado por sus finanzas—; cada vez que baja a jugar a los dados nos pela a todos.
—Eso ocurre —dijo Zorba— porque ustedes son timoratos, pusilánimes, cobardes... Apuesten fuerte y verán que arruga como cualquiera.
—Eso mismo —agregó Hitchcock—. 
Apostémosle una idea, algo que no se le hubiera ocurrido que iba a suceder nunca.
—¿Por ejemplo?
Todos pensamos intensamente. Y fue al silencioso Spinoza que se le ocurrió la mejor idea de los últimos tiempos.
—Apostémosle que el papa va a renunciar, que se pasa al judaísmo...
—¿Estás loco? —gritamos todos a coro.
—No —concluyó Spinoza, muy convencido de sus palabras.